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Reportaje:

La censura franquista contra los libros gallegos

Una muestra repasa las mutilaciones de novelas y poemas

El informe del censor, en 1958, decía así: "Serie de cuentos en lengua gallega que acusan la juventud del autor (18 años), situándose entre la realidad y la fábula. Nada que objetar". Tras este comentario insustancial, Percival e outras historias, de Xosé Luís Méndez Ferrín, vio la luz en la Editorial Galaxia. Más crudo lo tuvo Carlos Casares para sacar adelante Xoguetes para un tempo prohibido (1975), ya que el informe preceptivo recomendaba pegarle al texto unos buenos cortes, no sin antes recordar que el autor estaba suspendido de su actividad como docente a causa de sus actividades políticas.

La retórica manida con que la censura emitía sus dictámenes también se aplicó al volumen A orella no buraco (1965) de María Xosé Queizán: "Por estar en la línea de los actuales criterios y aunque los reparos no tengan una importancia fundamental, debe suprimirse lo subrayado en los folios 56, 57. Con esta salvedad, puede autorizarse".

Estos tres ejemplos forman parte de la exposición Editar en galego baixo a censura franquista, que abre sus puertas en la Casa Galega da Cultura de Vigo hasta enero de 2009. Muchos de los originales que se exhiben en las vitrinas de la muestra proceden de la Fundación Penzol y de la Editorial Galaxia, entidades patrocinadoras de la iniciativa junto con la Consellería de Cultura y el departamento cultural del Ayuntamiento de Vigo. El comisario, el profesor de la Universidade de Vigo Xosé Manuel Dasilva, remarcó el carácter representativo de la muestra, cuya investigación quedará reflejada en un libro para el que comprometió su apoyo el director general de Creación Cultural, Luís Bará.

Durante cuatro décadas, la mano censora

frenó la publicación de innumerables obras y secó el caudal de varias generaciones de literatos. Los más afortunados lograron que sus obras vieran la luz fuera de España. La obsesión que dirigía a los censores fue, según el comisario, "fomentar con especial diligencia la idea de la inferioridad de nuestro idioma". La fórmula verso más gallego igual a inofensivo bastaba a veces para sortear obstáculos. Así lo manifiesta el comentarista de Nimbos (1961), de Díaz Castro: "Desahogo lírico en la lengua vernácula de Galicia. Nada que objetar". En otras ocasiones, el furor no conocía límites. "El libro está plagado de las mayores infamias para la Iglesia y para el Pontificado. Y es tremendo que esta obra gallega, que llegó a ser prohibida en los tiempos liberales de la Monarquía por su infamia haya podido ser publicada hoy", reza el escrito de denuncia de Aires da miña terra y O divino sainete de Curros Enríquez.

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