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Reportaje:

La ciudadela flotante de la Armada

El 'Juan Carlos I' concluye en Ferrol las últimas pruebas antes de su entrega

Es toda una ciudad embarcada. La joya de la corona de la construcción naval militar tiene nombre de rey y factura gallega. Los astilleros de la ría de Ferrol han completado en la construcción del Juan Carlos I, el mayor buque construido para la Marina española y el primero de propulsión eléctrica. La Armada presume de estrenar un prototipo único que no existe en ningún otro país.

Este megabuque, diseñado para defensa y ayuda humanitaria, es un gigante de acero gris de 20.000 toneladas capaz de girar en redondo sobre sus hélices y abastecer de agua potable y electricidad a cualquier villa gallega de tamaño medio como Betanzos o Pontedeume.

Su construcción consumió 360 millones del presupuesto de Defensa. Se gobierna sin timón y es capaz de llegar a cualquier puerto y dar la vuelta al mundo con una sola escala empujado por dos motores diésel y una turbina de gas. Puede refugiar en sus garajes a un millar de personas y transformar agua salada en potable para otras 5.000.

El barco es el primero con propulsión eléctrica en la Marina
Un coruñés será el comandante del buque insignia del Ejército

Dispone de hospital y quirófanos a bordo y cabinas para atajar epidemias. Es capaz de presurizarse para aislarse del exterior y recubrirse con una nube de agua salada para protegerse contra ataques químicos o bacteriológicos. Sus dimensiones marean. Tiene 230,8 metros de eslora y es capaz de transportar a 1.435 personas, mientras despegan desde sus cubiertas helicópteros y aviones tipo harrier.

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El buque finalizó ayer con éxito en Ferrol las últimas pruebas de mar previas a su entrega definitiva a la Armada en las próximas semanas. Durante ocho días, las 300 personas embarcadas a bordo han recorrido la costa entre Ortigueira y Malpica probado los sistemas de navegación y combate del navío, que se controlan con un software informático diseñado por Navantia.

Lejos de ser un paseo marítimo, el buque se rige por normas de seguridad muy estrictas que prohíben beber, fumar o manipular fuego a bordo. Se divide en seis compartimentos estancos separados por tramos empinados de escaleras y los ascensores están reservados a heridos y helicópteros.

Mecánicos, tuberos y bomberos se turnan en las guardias y los estrechos pasillos se pintaron con motas para que la tripulación pueda fijar la vista en un punto fijo y esquive los mareos.

No siempre funciona. Aunque enorme, el mar de fondo lo bambolea. Adela, la médica cubana de Navantia, reparte pastillas de Biodramina por docenas, a elegir, con o sin cafeína.

La principal novedad constructiva del barco, explica Manuel Bermúdez, responsable del programa LHD (siglas en inglés para los barcos del tipo del Juan Carlos I), es su propulsión es eléctrica. Fue una exigencia de la Armada que le aporta "maniobrabilidad y versatilidad". "Es un buque anfibio y aéreo a la vez que puede sumergirse y desembarcar tropas en la costa o funcionar como portaviones alternativo" resume.

La construcción del Juan Carlos I la firman al 50% los astilleros de Ferrol y Fene. Arrancó en 2005 y fue botado por el monarca en marzo del 2008, con la Reina Sofía ejerciendo de madrina.

"Es un barco apasionante al que nos hemos dedicado en cuerpo y alma", resume Manuel Iglesias, jefe de construcciones de Navantia.

En el último lustro, casi un millar de personas han trabajado a diario en el buque cortando chapa para dar forma a los bloques de acero se ensamblaron en las gradas de Ferrol como un gigantesco puzle naval. Supuso 10 millones de horas de trabajo y otras 850.000 de ingeniería, además de contratos para 33 empresas auxiliares de una comarca que vive y respira a la sombra de los astilleros.

El Juan Carlos I ha desbancado al portaviones Príncipe de Asturias como buque insignia de la flota y está llamado a liderar las escuadrillas de la OTAN. Su comandante será el coruñés Andrés Breijo (Cariño, 1957).

Se curtió combatiendo a los piratas en el Índico y está orgulloso de ponerse al frente de un buque único "automatizado al máximo con una dotación reducida" y que no existe "en ninguna marina del mundo". "La Armada hizo una apuesta seria con este barco y el trabajo ha sido excepcional", manifestó.

Pese a sus vastas dimensiones, el LHD se diseñó para que trate de pasar desapercibido en los radares y su sistema de comunicación alcanza todo el globo. Los camarotes son idénticos para toda la tripulación -243 personas- y el 20% están reservados a mujeres.

El año pasado, Navantia tuvo que reemplazar un motor entero que falló en las pruebas. Ahora, la Armada se deshace en elogios con un buque que todavía necesita "un montón de ajustes" pero que miran con buenos ojos las marinas de Suráfrica, Rusia o Turquía, que ayer envió dos delegados a recorrer un barco del que salieron "impresionados".

El buque de la Armada <i>Juan Carlos I</i> entra en la ría de Ferrol.
El buque de la Armada Juan Carlos I entra en la ría de Ferrol.

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