_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un cómico y extraño matrimonio

Efectivamente somos una potencia, pequeña y extraña. Contra la idea de que Galicia no pesa en España está la evidencia de que aquí, además de fenómenos políticos extravagantes y de catástrofes de gran fuerza plástica, está el epicentro de procesos profundos y el punto de giro de mareas políticas. En Galicia comenzó la andadura de la derecha postfranquista creada por Fraga y que llegó a ser esa potente fuerza de la derecha que es el PP. Y en la Galicia despreciada por el gobierno de entonces, cuando el Prestige, se lanzó el voluntariado, la conciencia ecológica y el cambio que llevó a los socialistas de nuevo a La Moncloa.

Volvemos a ser un foco de atención momentáneo por algo más pintoresco, un matrimonio financiero que ya llega al altar con lastimaduras del maltrato que se dan mutuamente ambos cónyuges (un "matrimonio a tortas"). Es una experiencia curiosa este matrimonio de dos novios sin cariño, más bien enfado, que se efectúa porque lo necesita toda la parentela y todo el pueblo para no arruinarse (lástima de Berlanga). Pero entre todos hemos conseguido que el matrimonio parezca ya inevitable, aunque temamos que de tanto zurrarse todo puede acabar aún en divorcio antes de la boda. Las dos cajas gallegas se muestran remolonas y de mal genio y eso le da pie al corresponsal de The New York Times para fijarse en nosotros, no duden de que unas cuantas personas en Wall Street buscaron en Google, la palabra "Galicia". Eso, como ser, no es malo. Depende. Tampoco le demos demasiada importancia a lo que escriba un corresponsal norteamericano o británico, sobrevaloramos a la prensa anglosajona que no es más que un instrumento de los intereses contrarios al euro, sus juicios sobre nuestra situación económica son actos para debilitar nuestra situación financiera. Sin embargo es sintomático de la capacidad que tiene Galicia de aguarle la fiesta a cualquiera. Por las buenas somos atravesados, pero por las malas somos mucho más retorcidos.

La caja única deberá servir para apoyar la empresa, el mar, el campo y la cultura

La fusión de las cajas es un proceso político conducido por el Gobierno y el Banco de España. Un proceso necesario ya que bastantes cajas de ahorro abandonaron su vocación de respaldar financieramente la economía productiva local y se metieron de cabeza a la especulación y el ladrillo. Urge tapar ahora esos agujeros en el sistema financiero (para el españolismo ciego, que ignora los agujeros negros en Madrid, debiera ser una lección mirar cómo las cajas vascas y catalanas fueron mejor gestionadas). Es evidente que en la racionalización de las cajas en Galicia la iniciativa la tuvo Núñez Feijóo. Así se puede comprender mejor la postura, desde aquí incomprensible, que mantuvo el ministro José Blanco: también era una batalla por el poder político. Uno puede creer o no que el presidente de la Xunta actuó para proteger el bien común, conservar una institución financiera radicada en Galicia, pero eso no nos impide pensar que también calculó que tener una caja a mano reforzaría su poder. Y además sería una escaramuza en la guerra de obstrucción y desgaste que hace su partido al Gobierno.

El Partido Socialista en Galicia asumirá que perdió esa batalla, sólo la rectificación de las últimas semanas le permitirá pensar a Vázquez que su posición no fue desbaratada. Feijóo, desde su llegada a la Xunta con un gobierno tejido con retales improvisadamente, hizo tabla rasa de los consensos existentes, dañó incluso las bases de la autonomía; en suma, hizo una política partidaria y muy poco comunitaria. La jugada de las cajas no deshace los males cometidos y los que están en curso, no hace buena la mala gestión, pero lo cubre con el manto de un gobernante que legítimamente defiende los intereses que representa: es una victoria política en toda regla.

Con independencia de cómo cristalice una fusión que damos por hecha, todo ha cambiado ya, del debate entre ciudades emergió una imagen más limpia y verdadera de Galicia: una imagen en la que aparece Vigo. Todavía la ciudad se despereza y está envuelta en los paños de una infancia localista, no olvidemos que los alcaldes están preparando las elecciones, pero Vigo ya está en la mesa. Quizá sea el momento para construir entre todos una idea cabal de país, un espacio humano que integre las siete ciudades, la costa y el interior, las ciudades y ese campo que insistimos en olvidar de un modo tan cursi y absurdo. Para esa Galicia integral es para lo que se necesita una nueva caja, para lo que deberían haber sido siempre las cajas de ahorro, para apoyar la empresa, el mar, el campo y la cultura del país. Para otra cosa, no.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_