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Columna
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19 comidas celebrando Galicia

Casi todo lo que se consume de Galicia en Madrid tiene la atención de la diáspora galaico-madrileña, y la película 18 comidas, de Jorge Coira, no podía ser menos. Por lo demás, y al margen de sus valores cinematográficos, era una película de Compostela, que es mi pueblo, razón de más para ir a verla en este puente maldito que nos trajo mil preocupaciones (algunas graves y nuevas) de todo tipo vinculadas a la no-huelga salvaje de los controladores aéreos. Debo decir que, escéptico ante las posibilidades de la cinta, solo le pedía que me volviese a pasear por Santiago y santas pascuas. Eso era suficiente. Las ciudades en cine ganan mucho porque el cine permite acercarse y alejarse a gusto de los sitios y ese viaje del zoom te coloca ante perspectivas cercanas/lejanas que como peatón no has percibido ni en tu pueblo.

Un humor impagable cruza la cinta de Jorge Coira, muy galaica en casi todo y, por ello, universal

Es difícil hacer cine porque la omnipotencia visual de la cámara te arranca de la realidad y te hace sentir una sensación de poder y de perfección que la pluma del escritor, el pincel del pintor o la mano del escultor no te dan. Los relatos o autorrelatos de los escritores y demás son mucho más angustiosos que los de los directores de cine, convencidos siempre de estar haciendo una obra maestra por el mero hecho de trabajar con una cámara. Es la misma sensación que tiene cualquier aficionado, cámara en mano, paseando por París, por ejemplo: el mundo es mío y de la cámara. Jamás le atribuiríamos tales potencias a un lápiz, bolígrafo, pincel o pluma, vulgares instrumentos. La cámara es otra cosa.

Por eso desconfío del cine y por eso el cine, en general, me aburre: hay mucha cámara, mucho poder. El narrador casi siempre va sobrado, digamos. Pero no siempre. Los buenos trabajos cinematográficos nos llevan ante un director angustiado como un escritor y unos actores enloquecidos por su papel, que acaban por bordar: la cámara no es lo de menos, pero cuenta menos. Solo es un instrumento, como un lápiz. Lo que más cuenta es el bisturí que separa, corta o salva los tejidos: la entrada al misterio.

En este caso, el misterio son unas cuantas vidas cotidianas metidas en esas hermosas casa húmedas de Santiago que afrontan el invierno y la vida con esa decisión de hacer de los interiores la Catedral de la Vida. Ebrios, tristes, alegres, confusos, lúcidos, graciosos, dramáticos, irónicos... Los personajes de Coira (qué actorazos, por cierto) ejercen de seres humanos y, cómo no, de gallegos. Es una cinta muy galaica en casi todo y, por ello, universal. Ese humor, inexistente en otros lugares excepto, quizá, en las islas llamadas británicas, y por el cual la grandeza del mundo es sistemáticamente negada en observaciones que liquidan al instante cualquier pretensión de trascendencia, ese humor impagable cruza la película y te da la noche en el buen sentido de la expresión: vuelves a tu tierra. Es el tipo de humor que te lleva a desternillarte cuando de niño ves cómo elevan la sagrada forma en la misa colegial o cómo aquellos lejanos y tiernos amarcordianos locales (de Amarcord: Fellini, 1973) cantaban el Cara al sol y tu volvías del colegio sin otra pretensión que reiterarte en tu negación del mundo. Es un humor sin aparentes pretensiones, pero en el fondo es un ejercicio peligroso de terrorismo sin sangre, un terrorismo amable, creativo y constructivo. Probablemente es el mejor de nuestros rasgos de carácter. Una vez, en la cazola del Teatro (Cine) Principal de Santiago, en una mala película y mientras se oía que fuera iba dejando de llover, un santiagués se dirigió a todos nosotros (chavales) en la oscuridad y nos dijo muy suavemente: "Agora que vai un escampadiño, voume"

¿La comida 19 del título del artículo?: al salir nos fuimos a tomar unas croquetitas de cabrales sobre aceite virgen en un bar cercano. No era un menú muy gallego, pero era exquisito y además hay que dejar algo para los demás, claro que sí. Éramos dos xacobeos o picheleiros, una de Ferrol y otra de Vilalba. Galicia estaba más cerca aquel día en una gran película. Histórica para nosotros.

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