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Columna
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18 comidas

Hace cosa de un mes el periódico me publicó en este lugar un artículo, Abramos los ojos, y confieso que tenía en mente publicar hoy una segunda parte y aún una tercera parte. A veces podemos ser muy pesados. Caso de que lo leyeran y recuerden de que iba ya se pueden imaginar que pensaba perfilar más nuestro fracaso.Ya saben, que Galicia es un país que sigue envejeciendo, que muere más gente de la que nace, que seguimos expulsando generaciones jóvenes, con cualificación y sin ella, que nuestro propio Gobierno autonómo legisla contra nuestra propia lengua... En fin, toda esa miseria. Pero, como les decía, cambié de idea. Me la hizo cambiar el ir al cine a ver una película, 18 comidas. Parece una tontería, y a lo mejor lo es, pero a mí no me lo pareció y en cualquier caso les ahorro así el placer masoquista de reconcomerse un poquito con nuestro fracaso colectivo.

Aquí, cuando el país está a punto de perecer, quienes primero comparecen son los artistas

De la película poco puede uno decir aquí, no es lugar para hacer una reseña, así que diré poco: tiene un carácter bastante generacional, de una generación entre los 30 y los cuarenta y tantos, pero está llena de sentido común, de humanidad, y cuenta cosas delicadas y frágiles con agilidad. El director no gastó en efectos especiales y sí en materia prima: un guión ágil y estupendos actores y actrices mejor dirigidos que nunca. No es llamativa ni escandalosa pero es magnífica y si no es un éxito de público será porque los espectadores decidieron no acudir al cine a verla y prefirieron otras más banales y tontas. Pero me parece que quienes la hayan visto no sólo la recomendarán por entretenida e interesante sino también porque habrán sentido un golpe de orgullo por esa película hecha en Galicia, con tantos talentos criados y alimentados aquí. Orgullo por algo que sentimos nuestro. Habrá quien piense que el orgullo, personal o colectivo, es una tontería censurable por irracional, pero a mí me parece justo lo contrario, que en las cosas irracionales está la energía de la vida. Y que cuando faltan es que reina la muerte.

En Galicia nos falta orgullo, tenemos buenos motivos para ello, por eso es necesario poner en valor aquello de lo que nos podemos sentir orgullosos. Siempre hay algún amigo que nos recuerda los éxitos de algunas empresas gallegas y hay que darle la razón: Galicia ofrece destellos individuales de creatividad y de impulso en distintos campos, hay empresas potentes y ejemplares en su éxito pero esos empresarios creativos suelen carecer de cualquier sentido de país. Frecuentemente son modernos y espabilados en su negocio y carcas y antiguos cultural y socialmente. Ignoran completamente la tarea de construir aquí una sociedad articulada, con esperanza en el futuro, cuando no lo desprecian descaradamente. Su falta de sentido cívico llega en algunos casos al paletismo de creerse dueños del país o de la ciudad o la villa en la que asientan la empresa. Así que como nos vamos a sentir orgullosos de esos éxitos, ya ellos están bien contentos y los disfrutan.

Están los equipos de fútbol, es cierto. Pero no son el Barça, un equipo que como nos recuerdan es més que un club. Nos alegramos de sus victorias cuando las hay, pero se quedan en equipos locales que no crean una cantera, meramente empresas que compran jugadores en el mercado internacional.

También vemos a nuestro alrededor muestras de creatividad social y cultural, en paralelo a la dispersión de la población gallega existe un sinfín de asociaciones sociales y culturales. Toda Galicia es una densa red de iniciativas dispersas, pero esa creatividad se mantiene como un magma que no consigue conectarse y articularse para construir un ser colectivo, un cuerpo social, nacional, que nos saque del estadio histórico en que seguimos. Al final, nos quedan los artistas. Y me dirán que también trabajan para ellos únicamente y que no pesan ni pintan nada y que, al cabo, son gente de poca cabeza. Irresponsables.

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Qué quieren que les diga. Habría que pensarlo todo desde el principio cuando vemos que la gente que supuestamente tendría que tener cabeza conducen a este país a la situación en que está, esos gobernantes y esos empresarios. Si eso es ser responsable que reine la irresponsabilidad, que reinen los artistas. Aquí cuando se trata de sobrevivir, cuando se llega a situaciones en que el país está a punto de perecer quienes primero comparecen son los artistas. Son los artistas quienes nos salvaron y nos salvan de este lento suicidio. Ya no nos acordamos pero hace cosa de diez años, cuando aquella locura disparatada del Prestige arriba y abajo y cuando el Gobierno de entonces decía que aquí no pasaba nada y que no había que enviar ayuda, fueron los artistas quienes encabezaron la respuesta de todos. Y al ver esa película, por ejemplo, uno vuelve a recordar que siempre tendremos entre nosotros quien nos dé alegría y orgullo. Que no nos falten ni a nosotros ni a ellos 18 comidas, que no pasen hambre pues nos dan esperanza.

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