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Columna
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Los dilemas de Feijóo

El próximo sábado, Alberto Núñez Feijóo y Mariano Rajoy abrirán oficialmente el curso político con un acto público que tendrá lugar en el castillo de Soutomaior. Conviene seguir con atención lo que allí se diga pues, a pesar de los eufemismos e insoportable retórica que suele impregnar los discursos que se pronuncian en estos cónclaves, se emitirán mensajes que nos permitirán predecir el próximo futuro y esclarecer algunas incógnitas todavía no despejadas.

Seguramente ese día sabremos, por ejemplo, si Núñez Feijóo piensa ejercer como presidente de la Xunta, o si, por el contrario, está dispuesto a utilizar la máxima institución política gallega como ariete contra el Gobierno central, reduciéndola a una simple plataforma de apoyo a la enloquecida campaña que piensa relanzar Mariano Rajoy, y subordinando así los intereses de Galicia a la estrategia general del PP.

El presidente debe aclarar si está más cerca del patriotismo constitucional o del nacionalismo reactivo

Este es el primer dilema al que, le guste o no, ha de enfrentarse Núñez Feijóo en el próximo curso político, si se considera que la dirección del PP, con Rajoy a la cabeza, parece haber llegado a la peligrosa conclusión de que la única forma de retornar al poder consiste en mantener con insistencia un discurso duro, capaz de generar un feroz enfrentamiento social y una insoportable crispación política. Es decir, la vuelta al discurso rupturista de Aznar y su entorno político. Desgraciadamente, si se tiene en cuenta la pasada campaña electoral gallega, Feijóo no parece ajeno a esos métodos, consistentes en sustituir un proyecto político articulado por la descalificación política y moral del oponente y la destrucción del adversario.

Pese a que desde hace meses sigo con especial atención la evolución de los acontecimientos en el PP, debo confesar que, aun habiendo aparcado apriorismos políticos y prejuicios ideológicos, no he sido capaz de detectar cuál es el proyecto político de la derecha española, cuáles sus objetivos y prioridades, salvo el ya señalado de retornar al poder a cualquier precio. Cada vez que hablan sus líderes políticos o sus portavoces mediáticos sólo se escuchan análisis apocalípticos, anuncios catastrofistas, soflamas incendiarias o inaceptables anatemas. Pero resulta difícil advertir en sus proclamas siquiera indicios de una alternativa política coherente; entendiendo por tal un programa que, obvio es decirlo, no quede reducido a una simple declaración de intenciones, sino que represente un proyecto en el que se definan pluralidades, instrumentos y plazos, en el que exista coherencia entre medios y fines.

Pero si Feijóo aspira, como parece, a liderar en el futuro la derecha española y a dirigir un partido moderno ha de enfrentarse a otro gran dilema: plegarse a la actual deriva política del PP o romper amarras con la involución aznarista de Rajoy y estructurar el sector de la organización que considera que la alternancia debe producirse desde una oposición firme y exigente, pero que rechaza el recurso a la crispación, incluso para la defensa de posiciones antagónicas y, desde luego, como método para producir cambios políticos en el país. Un sector que no comparte el discurso de la catástrofe según el cual todo está en peligro: la religión, la familia e incluso la nación. Feijóo debe aclarar cuanto antes si está más cerca del patriotismo constitucional o del nacionalismo español reactivo y primario que caracterizó a la derecha española durante buena parte del pasado siglo. Porque comprenderá el presidente de la Xunta que alguna de sus iniciativas, especialmente las que se refieren a la lengua gallega, no son precisamente tranquilizadoras.

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Es cierto que el intento de reproducir la situación que en 1996 llevó al partido conservador al poder difícilmente alcanzará el éxito; es cierto asimismo que, pese al desgaste del Gobierno como consecuencia de la crisis económica y de sus propios errores, un discurso ultramontano dificulta que el PP pueda ganar las elecciones, pero lo es también que, con el retorno de la derecha a posiciones propias del aznarismo, el crédito de las instituciones democráticas y la paz civil sufrirán un serio quebranto. Así pues, Feijóo tiene que optar, y ha de saber que el "cuanto peor, mejor", no ha sido nunca una divisa democrática.

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