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Análisis:Debate en el nacionalismo El vuelco electoral
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

De la economía a la política

En los años 70 del pasado siglo la teoría de los fallos del sector público, una rama de la economía política que analiza el comportamiento y los efectos reales de la intervención pública en la economía, desarrolló la teoría de los ciclos político-económicos. Como es sabido que los/las economistas siempre (que pueden) se lo montan con modelos, florecieron las formulaciones de modelos susceptibles de contrastación empírica para medir la influencia de los ciclos electorales en la marcha de la economía y, en sentido contrario, cómo la marcha de la economía incide en la popularidad del gobierno.

Los modelos desarrollados fueron muchos, y no siempre los resultados contrastaron las hipótesis planteadas. Nordhaus, por ejemplo, intentó demostrar la existencia de ciclos económico-políticos "oportunistas", en los que los gobiernos, con independencia de su ideología, siempre tratan de optimizar el número de votos que obtienen en las elecciones actuando con todos los instrumentos de política económica (básicamente las políticas monetarias, presupuestarias, y de rentas) con el objetivo de generar el nivel de satisfacción en el electorado que propiciase la reelección. Otros autores, como Frey y Schneider, sofisticaron los modelos, introduciendo la variable ideológica: de acuerdo con la hipótesis de los ciclos económico-políticos "partidistas", los gobiernos socialdemócratas tratan de obtener más votos reduciendo las tasas de desempleo; mientras que los gobiernos liberal-conservadores persiguen reducir la tasa de inflación; y ambos propiciarían el incremento real de las rentas de los votantes, sólo que los unos interviniendo en los mercados de trabajo para garantizar niveles elevados de ingresos; y los otros rebajando los impuestos que gravan los rendimientos del trabajo y del capital.

Antes de la crisis, muchos se sentían ya defraudados con la falta de coherencia del bipartito

En buena medida todos aquellos estudios perdieron importancia con el paso del tiempo. Más allá de la siempre difícil reducción de realidades tan complejas como las macroeconómicas y las electorales a simples modelos, y de la caída en desgracia de la curva de Phillips (aquella que marca la existencia de una relación directa entre el pleno empleo y la inflación), la globalización de la economía y la aparición de instituciones supranacionales que asumen instrumentos tan importantes como la política monetaria (el euro) o la comercial (aranceles comunes) restringieron severamente (aunque no del todo) la capacidad de los dirigentes políticos de realizar políticas económicas con la vista puesta en la fecha electoral. Pero sí quedaron muchas evidencias empíricas de algunos hechos que, por lo demás, resultan obvias, como la que demuestra que los gobiernos gastan más cuando se aproximan las elecciones. Entre ellas, la existencia estadística de una muy significativa relación entre la popularidad de un gobierno y el nivel de desempleo: a más paro, menor popularidad del gobierno, y viceversa.

Todas las encuestas publicadas antes del 1 de marzo coincidían, al menos, en dos datos: que el paro era, a distancia, la principal preocupación de la ciudadanía; y que había un elevado número de personas, incluso cuando las elecciones ya eran inminentes, que se mantenían indecisos o que no revelaban el sentido de su voto. Por si todo esto fuera poco, llovía sobre mojado: el bipartito se enrocó en los "pluses de resistencia" de nuestra economía; no fue capaz de mantener la cohesión de una base social muy dispersa (la lengua); y, como el lunes reflejaban en estas páginas Suso de Toro y Antón Baamonde, muchos se sentían ya, antes de la crisis, defraudados por la falta de coherencia entre el mensaje renovador que en 2005 había posibilitado el cambio y los hechos posteriores de un bipartito que, además, no dio muchas más muestras de cohesión que el mantenimiento de la estabilidad parlamentaria.

Había, pues, mar de fondo; y llovía sobre mojado. Pero que ese mar de fondo saliese a la superficie precisamente en el momento y en los sitios (las ciudades) en las que lo hizo debería resultar tranquilizador, pues refleja que, en realidad, somos una más de las aburridas y hasta cierto punto predecibles sociedades democráticas que los gallegos siempre aspiramos a ser.

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Pedro Puy es diputado electo del PP por A Coruña

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