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De elecciones y coaliciones

El terremoto electoral sufrido por los partidos de la coalición de gobierno en las recientes elecciones catalanas, está empezando a suscitar reacciones y análisis políticos dentro y fuera de Cataluña. En ellos, con cierta frecuencia, se asimilan estos resultados con los obtenidos por los partidos de la coalición de gobierno en las últimas autonómicas gallegas y se concluye con la demonización de ambas. Desde una óptica gallega, es, pues, oportuno, y diría que casi obligado, aportar alguna reflexión. Porque lo primero que cabe constatar es que, con una falta de rigor y memoria digna de mejor causa, hay una tendencia a homogeneizar aquello que no es susceptible de serlo, porque ni lo es el mencionado seísmo electoral -que aquí no ha existido- ni el mapa de partidos políticos en una y otra comunidad, que en nada se parecen. Eso sí, en las dos comunidades hubo elecciones en plena crisis y en ambas cambió el Gobierno.

El PSdeG tuvo sus peores resultados cuando rechazó acuerdos con el BNG

Como bien recordará el lector, aquí ni el BNG perdió 10 diputados -bajó uno- ni el partido socialista perdió nueve diputados y cayó al 18% del voto como le ocurrió en Cataluña al PSC, sino que mantuvo el mismo número de escaños y obtuvo el 31,4% de los sufragios, uno de los más altos de su historia. A mayor abundamiento, los votos obtenidos por los partidos que formaron la coalición de Gobierno fueron más que los que respaldaron al partido de la derecha. Aquí si algo hubo histórico es que se perdió el Gobierno por un diputado. Tan histórico como que cuando se ganó en el 2005 se hizo con tan solo un diputado de diferencia a favor de los partidos que formaban la coalición.

Tampoco debería ser necesario reiterar las diferencias notorias entre los respectivos mapas políticos de una y otra comunidad y las opciones reales de Gobierno. Desde luego, en Galicia, en donde un único partido aglutina la totalidad del voto de centroderecha sin estar nunca por debajo de un 45% de apoyo en el peor de sus resultados, resulta impensable un Gobierno que posibilite la necesaria alternancia democrática que no sea sustentado por los votos del PSdeG y del BNG. En este sentido, cabe recordar que el partido socialista de Galicia obtuvo el peor resultado de su historia en las elecciones autonómicas de 1997, y sufrió -entonces sí- un auténtico descalabro electoral quedándose con 15 diputados -10 menos que en la actualidad- y el 19,4% del voto -12 puntos menos que en 2009-.

Justamente en unas elecciones en las que rechazó categóricamente cualquier proximidad o entendimiento con el nacionalismo democrático y pretendió erigirse en la alternativa a la derecha. Sin duda, entonces, el partido socialista eligió el mejor camino para dejar el campo libre a un crecimiento exponencial del BNG y para, paralelamente, fortalecer la mayoría absoluta de Fraga.

Lo que es imprescindible y está por abordar tanto en el ámbito de los respectivos partidos como en el campo de la sociología política, es el análisis a fondo de los distintos factores explicativos de los resultados electorales de marzo del 2009 y de la propia acción del Gobierno de coalición. Por eso, la huida deliberada de su debate y reflexión por parte de ambas formaciones políticas, constituye un auténtico paradigma de las carencias y limitaciones con las que las respectivas direcciones pretenden abordar el futuro.

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El nacionalismo deberá afrontar la explicación política, y extraer las consecuencias necesarias, de la pérdida en una década de 200.000 votos y del hecho de que hayan restado apoyo ciudadano en todas y cada una de las elecciones de uno y otro ámbito desde 2001. Sin entender y afrontar esta situación y las razones de una desafección ciudadana creciente hacia su cultura y práctica política, será difícil que genere un proyecto y un liderazgo confiable que, sin embargo, el país necesita.

Ambas formaciones políticas debieran estar interesadas en abrir e impulsar una reflexión serena y amplia, acerca del papel de la crisis económica -en plena ebullición en el primer trimestre de 2009- en el desgaste del Gobierno, en la desafección y escepticismo ciudadano, y en la receptividad de los electores a las insidias y descalificaciones que con inusitada virulencia y eco mediático lanzó el Partido Popular durante la campaña electoral. Desde entonces, comprobamos en España y el resto de la UE como la derecha se acomoda como un guante a la crisis y al dictado de los mercados, mientras la socialdemocracia está obligada a una renovación de su discurso y propuestas estratégicas para responder a los nuevos desafíos de un mundo en cambio.

También acerca de las disfunciones y ruidos producidos en el último tramo de la acción del Gobierno de coalición, sobre la percepción de que una minoría imponía en ocasiones sus tesis a la mayoría del Ejecutivo y del país, sobre las dificultades para cohesionar en una acción unitaria dos culturas políticas tan diferentes, la propia de un partido de gobierno y la que históricamente configuró al nacionalismo como un partido de oposición. O la tentación de utilizar el Ejecutivo como un escaparate de las diferencias de cada marca y para la propia competición electoral entre los partidos.

Cada uno de estos problemas deberá ser resuelto generando una nueva cultura política, sin la cual puede resultar difícilmente sostenible la reconstrucción de la única alternativa posible al Gobierno de la derecha en Galicia. Obviamente no debiera dejarse atrás la cuestión de las respectivas campañas electorales, de sus formas y modos, para descubrir que probablemente en algún caso constituyan un manual de lo que no se debe hacer, o de lo que debió ser y no se hizo en otras.

Creo que para el Partido Socialista de Galicia es vital una reflexión de calado, estratégica, a partir del impulso y reafirmación de su proyecto político en clave de país. Un proyecto propio y autónomo, de honda raíz galleguista y federal, y con una renovada orientación socialdemócrata. Con el objetivo de generar una alternativa de gobierno confiable y capaz de suscitar el apoyo de una mayoría social de progreso. Desde la convicción de que la mera agregación de temas puntuales de discrepancia con el Gobierno no bastan para configurar una alternativa.

En mi opinión, lo peor sería emprender el camino de retorno a nuestros viejos fantasmas: la sustitución de un proyecto político socialista gallego por la simple suma de proyectos e intereses municipales; la seguridad otorgada por el amparo de Madrid hasta convertirnos en una franquicia, y el cierre de filas defensivo de su organización. Desarrollar un proyecto propio y galleguista siempre ha requerido de generosidad y valentía, pero no es menos cierto que de ambas actitudes los socialistas han dado muestras abundantes a lo largo de su historia.

Emilio Pérez Touriño fue presidente de la Xunta entre 2005 y 2009.

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