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Columna
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La estafa

En La Vanguardia se podía leer el 18 de junio este titular firmado por Rafael Poch, su corresponsal en Berlín, La quiebra suave de Grecia fue idea del Deustche Bank. En el cuerpo de la noticia se podía leer "Nacionalización de riesgos. En 2009 el grueso de la deuda griega estaba en manos privadas. Hoy el 37% es responsabilidad de instituciones públicas, como el BCE y el FMI. Con cada tramo del rescate europeo que se da a Grecia, disminuye el peso de la deuda de bancos, cajas y fondos privados, y aumenta la parte sostenida por instituciones públicas europeas. Se estima que para 2015 esa parte habrá aumentado a un 56%, mientras que los bancos sólo tendrán un 8% y las aseguradoras privadas un 11%.". Es decir, que el motivo último del sacrificio de Grecia, y tal vez del de España en el futuro, es salvar aquellos bancos y aseguradoras alemanes y franceses que, si se equivocaron dando préstamos, deberían pagar por ello. La deuda privada se está convirtiendo, por un acto de magia, en deuda pública ante nuestros ojos.

Una UE en manos de la derecha está destruyendo lo que en tiempos pasó por modelo social europeo

Ningún banquero de entre aquellos que han tomado decisiones que pueden llevar a la bancarrota a países enteros ha tenido ninguna responsabilidad por ello. Ninguno ha, ni tan siquiera, dejado de cobrar sus primas y bonos. Ninguno ha sido despedido con vergüenza. A los pueblos, sin embargo, se les castiga con medidas de recorte y un gran sufrimiento. En el caso de España, no son sólo esos cinco millones de parados. Al final del trayecto nos espera una Europa más parecida a los Estados Unidos, con ricos más ricos y pobres más pobres. La clase media convirtiéndose, para tantos que creían haber llegado a ella, en el sueño de una noche de verano. La educación pública convertida en el último recurso de los pobres. En la sanidad, al reducirse, por ejemplo, el número de pruebas diagnósticas, aumentarán muertes y enfermedades que serían evitables si hubiera una detección precoz.

Estamos asistiendo, en vivo y en directo, a una lección de marxismo vulgar. Eso sí. No tenemos ya que leer sesudas teorías para desentrañar los mecanismos mediante los cuales el capitalismo financiero está construyendo su hegemonía. Nos basta con leer el periódico para que nos cuenten como la política franco-alemana, lo que Merkel y Sarkozy proponen, está dictada por el Deutsche Bank y el BNP francés. Todo sucede a la vista del público, al que se le insta a creer que es el responsable de la crisis, olvidando quién se lucró en los años de bonanza -bancos y grandes promotoras inmobiliarias- y quién ahogó su salario para comprar un piso que tal vez no podía pagar. Cuando el castillo de naipes se ha desmoronado sólo queda un responsable: los pueblos de Europa, no sus élites y dirigentes, que están fracasando estrepitosamente. Por cierto, ¿cuántos economistas de entre los que ofrecen ahora las manidas soluciones del libro neoliberal -abaratar salarios, destruir el Estado- avisaron del peligro? ¿ dónde estuvo su presciencia?

Llámenme demagogo, pero ¿es razonable que las grandes fortunas coticen, a través de las SICAV, un 1%?, ¿es razonable que se dé como argumento que en otro caso se fugarían a un paraíso fiscal? Es decir, que se nos diga que sólo se le puede cobrar impuestos a aquellos que no tengan ocasión de escapar de las manos de Hacienda. ¿Es así como se construye una moralidad pública? ¿Se pueden legitimar los impuestos -la base de una sociedad civilizada- a través de una apología indirecta del fraude, de una lógica de bribones? Hasta el Financial Times ha calificado el plan de ajuste griego de "provocación política y vandalismo económico". Siguiendo el lema de "¡no desaprovechemos una buena crisis¡" una Unión Europea en manos de la derecha está destruyendo lo que en tiempos pasó por modelo social europeo. Eran épocas en las que se hablaba de "capitalismo renano", de probidad protestante en una economía sostenida por la industria, frente a la exuberancia financiera anglosajona. Hoy, de todo eso no queda nada.

No pretendo sugerir que la sociedad sea inocente. La moralidad que ha imperado en las últimas décadas en España -y también en Galicia- ha sido la del nuevo rico. Aquellos que fueron educados en la conciencia de que había pobres y ricos -en una cierta percepción del drama social- han criado a sus hijos en un hedonismo que se compadece mal con el futuro que les aguarda. La fisura entre el mundo que viene y las expectativas que se poseían es absoluta. Si hay que leer el movimiento de los indignados como un síntoma es a esta luz. De repente, jóvenes de clase media, formados en una conciencia naïf, de anuncio de Ikea, se han dado cuenta de que pueden jubilarse como precarios mileuristas, sin tener ocasión de salir de la incertidumbre en el entero curso de sus vidas. Cómo reaccionará la sociedad ante esa frustración es la gran incógnita del momento, de la que puede depender la paz social. Es la tragedia que hoy se nos impone.

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