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Columna
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Que facer?

Este domingo, el Bloque Nacionalista Galego se enfrentará a una de las jornadas más cruciales de su historia, dicho sin ánimo de meter presión. Pocas veces ha estado tanto en juego, y con un resultado tan abierto, lo que no deja de tener su mérito en una cultura partidaria como la española, en la que los afiliados suelen estar para aplaudir y dar tabaco. En las casillas de salida hay cuatro opciones que vienen siendo tres: Alternativa pola Unidade, Lealdade e Operatividade, auspiciada por la UPG; MáisBNG, que acoge a lo que se llamó el quintanismo y Lista de Encontro, los seguidores de Xosé Manuel Beiras. En las asambleas locales han obtenido, respectivamente, un respaldo del 46%, 34% y 16% de la militancia. Una radiografía de la organización que revela que la UPG no es sólo aquel invocado modesto 10% de la afiliación total, sino una alternativa que agrupa a casi la mitad del Bloque, y también que nunca hubo una contestación tan amplia y tan a la totalidad al orden establecido.

No llama la atención el vergonzoso hecho de que la mitad del Gobierno no sepa expresarse en gallego

ApU y LE, pese a representar respectivamente la pervivencia del papel del partido de vanguardia y el asamblearismo, coinciden en reivindicar una vuelta a las esencias. Grosso modo, a las ideológicas en el primer caso, y a las organizativas en el segundo. MáisBNG propugna la renovación del discurso, aunque sin especificar mucho en qué dirección. Las tres mantienen una visión taumatúrgica de la militancia, sin entrar en el debate sobre de quién son los partidos, si de los militantes o también de los votantes. La querencia mayoritaria por la vuelta a los viejos tiempos es lógica, porque todo organismo a la defensiva tiende a replegarse sobre sí mismo. De hecho, ApU consiguió los mejores resultados en las áreas urbanas, donde el BNG viene perdiendo más apoyos electorales.

El problema es que los buenos viejos tiempos se caracterizaron por un modus operandi en el que el objetivo principal era estabilizar la organización y ofrecer una imagen sin fisuras, en lugar de hacerla ágil, funcional y permeable a lo que pasaba. De la misma forma en que, como se sorprendía Alberto Moravia, los electores tienden a no considerarse responsables de las decisiones políticas de aquellos a quienes han votado, los dirigentes del BNG han tendido a no sentirse concernidos por los resultados electorales de su gestión política concreta, o al menos a no asumir las consecuencias.

La longevidad de la cúpula dirigente del Bloque es un caso único en Europa, y compaginarla con la apuesta por las nuevas ideas es más que difícil, porque son las personas las que tienen las ideas, no al contrario. Como decía otro Alberto, Einstein, "no podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos". De hecho, el electorado gallego le ha dado el apoyo mayoritario al PP de Feijóo por las expectativas que creó, sin torcer el voto porque en su día fuese el candidato del aparato y del sistema de elección que éste impuso, y que después hiciese tabla rasa de la tradicional cosmovisión del partido en Galicia y de los que la representaban. (Ni siquiera ahora ha llamado la atención el vergonzoso hecho de que casi la mitad de su gobierno esté compuesto de lo que podríamos calificar como agalfabetos, personas incapaces de expresarse en gallego).

En su relación con la sociedad, el BNG ha tenido la tentación de dejarse llevar por ese determinismo, entre cristiano y leninista, de que cada paso que se dé, aunque vaya seguido de dos atrás, es un inexorable avance hacia el objetivo final. "Nós temos fe no noso pobo e moi logo o noso pobo terá fe en nós", en palabras de Castelao. Está bien confiar en el empeño de los gallegos en tener un referente político nacionalista, pero pueden adjudicarle el mismo papel decorativo que tiene el turismo rural en relación con el mundo rural. Lo cierto es que, independientemente de la fotografía de cada momento electoral, en el que la posición propia depende de la de los demás, las propuestas del BNG no tienden a converger con las que la sociedad demanda, con razón o sin ella. Y sus rivales, a caballo del mainstream, han conseguido implantar una visión del nacionalismo como una opción encastillada en las esencias.

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Por eso la asamblea del BNG puede limitarse a reequilibrar una vez más el statu quo, o comenzar además a emitir algunas de las señales que espera la sociedad. Al menos parte de ella, la que todavía le interesa lo que pase en el mundo nacionalista y la que, interesándose, todavía no ha dimitido de su esperanza. En estos tiempos en que, se quiera o no, todas las paredes políticas son de cristal, se trata de mirar no hacia dentro, sino hacia afuera.

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