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Columna
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Nuestro fracaso colectivo

Ahora que Suso de Toro espacia su presencia en estas páginas, permitan que reitere uno de sus argumentos más queridos o más habituales (aunque De Toro no lo suela plantear tan crudamente): Galicia como unidad de fracaso en lo universal. No sólo fracaso como país, sino fracaso de todo lo colectivo. En lo político, en lo social, en lo económico, en las miradas hacia atrás sin ira, en las esperanzas razonables y en todo lo que quieran, excepto -lo que no deja de ser un consuelo- en el capítulo de fiestas populares. Lamento tener que decirlo, y no descarto que parte de su contundencia se pueda atribuir al hecho de que lo escribo en lunes, pero creo, con Nietzsche, que frente a la necesidad, todo idealismo es un engaño.

La política gallega actual lo que está haciendo es meter al niño en una caja para retrasar su crecimiento

En lo político, ni siquiera quien razone en modo sábado podrá negar el fiasco que han sufrido las opciones con una visión propia de la sociedad gallega. En el centro derecha, además de los intentos Braveheart desarticulados por sus propios errores o intereses o por la autoridad pertinente, incluso el fraguismo se esfumó cuando su impulsor desapareció del mapa gallego. El que fue su partido ahora va en andas de unas clases medias que han recuperado el viejo y provinciano orgullo de clase contra lo gallego, sin más horizonte ni alternativa que ser como los demás (y que no los confundan con los paletos). Los socialistas tampoco han logrado constituirse como el polo de referencia de la modernidad y de los cambios que la sociedad ha acometido por su cuenta. El PSdeG nunca se ha deshecho de la imagen del aseado responsable de sucursal al que la corbata parece estrangularlo cuando está en presencia del director general. No es que las franquicias orgánicas de los dos partidos mayoritarios no sean lo suficientemente galleguistas, sino que no son lo suficientemente autónomas. Ni para afianzar ese galleguismo ni, en el improbable supuesto de que en Génova o en Ferraz exigieran más compromiso con Galicia, para rebajarlo.

En el campo nacionalista, la frustración no es tanto del BNG, que independientemente de los desdenes del electorado y las crisis internas, de momento siempre ha logrado salvar los muebles como formación. El quebranto es del nacionalismo actual como fuente de propuestas. Al revés de sus antecesores, sus proyectos no logran impregnar sectores sociales no específicamente galleguistas, expandirse de las fronteras del propio BNG. El ensayista angloamericano Cristopher Hitchens describía proféticamente en 1999 la deriva política de Montenegro: "Al igual que uno no puede hacer que un niño disminuya de tamaño, el impulso y el deseo por la autonomía crecerán con la experiencia de esta". La política gallega actual lo que está haciendo es meter al niño en una caja para retrasar su crecimiento, y no me chocaría que luego se sorprendieran de los resultados que tendrá el experimento.

En lo económico, podrán citar en contra de mi teoría del fracaso los ejemplos de siempre, el de los grandes emprendedores que han creado imperios, pero citarán casos individuales. La impotencia colectiva se revela en sectores productivos enteros en los que Galicia, pese a unas excelentes condiciones de partida, no obtiene resultados más favorables que el empate: véase la leche, la producción agraria, la pesca o lo que se verá en la conserva. Sobre las consecuencias concretas de esta impotencia, véanse casos como el que retrataba el reportaje Pre(parados) en este periódico, el de Lorena Núñez, una chica de Lugo que pese a tener las carreras de Química e Ingeniería Técnica Industrial, a los 30 años sólo ha conseguido un trabajo como socorrista y se marchará a Londres el mes que viene. Los mejor preparados de los nuestros se van, no sólo al extranjero, sino a Madrid o a Barcelona, pese a que allí también hay paro.

Puestos a buscar razones, quizás se deba a que esta sea una sociedad conservadora, al menos en las formas, en la que importa más de quien vienes siendo (el pasado) que lo que puedas llegar a ser (el futuro), y en la que el relevo generacional se produce con fórceps, incluso entre las clases tradicionalmente dirigentes. Quizá tenga que ver con que las iniciativas empresariales no despegan por sus cualidades, sino por sus contactos (con la Administración, sobre todo), y los ineficaces obtienen la cuota de mercado de los que podrían no serlo. Con lo que volvemos a la política, y a pensar que estrategias centradas respectivamente en poco más que en favorecer a los amigos, en hacer lo que mandan o en aplicar el manual, determinarán un escenario futuro para el interés común en el que citar "el desarrollo de Galicia" provocará una reacción similar a la del Mahatma Gandhi cuando le preguntaron su opinión sobre "la civilización occidental". "Bueno, sería una excelente idea", contestó.

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