_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Es lo que han votado ustedes

No sé si en un mitin de campaña, o en una de las entrevistas que concedía en campaña, le escuché a Paco Vázquez que en España había mucha gente que se consideraba clase media porque existía el acceso libre universal a servicios de calidad como la educación o la sanidad. Estarán todos de acuerdo en que el episodio de los comedores escolares que estuvieron cuatro meses bajo el régimen económico que en los ambientes populares coruñeses se conoce como el "cho debo" ("apúntamelo al cho debo, neno") es de los más vergonzosos que se recuerdan, y nos retrotraen a las épocas en que esos servicios no eran universales, o a los países donde los maestros hacen huelga porque se les adeuda medio año de salarios. Están de acuerdo con lo vergonzoso del asunto hasta en el departamento autonómico correspondiente, que saldaron la deuda en cuanto el tema salió en los papeles. Según argumentó el presidente del Gobierno moroso en una entrevista de la SER, también el bipartito había pagado tarde, mal y arrastro en su día. Entonces no pasó nada o no trascendió, quizás porque entonces los niños estaban obligados a decir "teño fame" y no se les entendía hasta que gozaron de la libertad para decir "tengo hambre".

Es lógico que el Gobierno llame a la austeridad, lo que no se sabe es en qué gasta lo ahorrado

Es perfectamente lógico que el Gobierno autonómico, como el resto de las administraciones, llame a rebato a la austeridad. Lo que no se sabe es en qué gasta lo ahorrado. Sabemos el dinero que no hay y tenemos que intuir el que hay. No hay para pagar puntualmente la comida de los escolares, pero sí lo hay para hacer encuestas chiripitifláuticas a los padres, que no sirvieron para nada porque ahora se nos preguntará de nuevo a pie de aula. No lo hay para que los libros de texto sean de acceso universal, pero sí para distribuir con magnanimidad en todos los centros un periódico que compensó su escasa difusión en Galicia con su denuedo en aupar a Feijóo a la presidencia de la Xunta. No lo hay para construir guarderías, pero sí para convertir las galescolas en galiñaescolas (como dice Antón Losada). Tampoco hay cuartos para poner en marcha equipamientos sociales ya construidos por el anterior Gobierno, ni mucho menos para poner en práctica la Ley de Dependencia. Ahora la culpa es del Gobierno central, que no suelta el dinero, pero tampoco lo soltaba antes, cuando el candidato Feijóo llamaba a los perjudicados a presentar denuncias judiciales a la Xunta por la demora.

A comienzos del presente curso académico, un pariente mío, secretario de un colegio público de una villa del interior, harto de las reclamaciones de un empresario local para cobrar unos suministros que le adeudaba el centro, le espetó: "Mire, eso es lo que han votado ustedes". No tenía razón. En primer lugar porque esa reiterada consideración del cuerpo electoral como un ente pensante colectivo, que adjudica sabiamente mayorías escuetas para que el ganador no se confíe, o determina derrotas dulces para castigar sin hacer demasiada sangre es evidentemente falsa. Cada uno vota lo que vota, o no vota, por las razones que sea, y esa suma de razones personales se transforman y reducen a unas cifras despersonalizadas. Y en segundo lugar, porque al actual Gobierno lo sustentan menos apoyos que los que obtuvo la suma de los dos partidos de la oposición, 5.773 menos concretamente. Algo que deberían recordar unos cuando se escudan en una pelada mayoría electoral presentada como si fuese un inexorable mandato divino para justificar políticas infumables, y otros deberían tener en cuenta para dejar de flagelarse y de hacer experimentos políticos con gaseosa.

Y sobre todo, no tiene razón porque buena parte del electorado, de intachables e inoxidables convicciones cívico-democráticas, lleva años conociendo y permitiendo las trapisondas que tachonan la indubitada decencia de nuestra clase política. Y porque, como se extrañaba Alberto Moravia, curiosamente los votantes no se sienten nunca responsables de los fracasos del Gobierno que han votado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_