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Columna
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La hecatombe

Lo que ha sucedido el domingo es una debacle para el Partido Popular. No es sólo que hayan perdido las grandes ciudades. También han perdido las áreas metropolitanas y, en realidad, prácticamente todo aquel lugar en Galicia en el que se dé un cierto dinamismo social. Si se observa el mapa se verá que se han convertido en el partido de las pequeñas poblaciones rurales. Y es evidente que ahí el clientelismo que han practicado durante años se convertirá en un arma de doble filo. Es cierto que han subido en porcentaje en las grandes ciudades -lo que ha de ser reflexionado por las acomodaticias maquinarias de PSdeG y BNG, tan insensibles a la volatilidad del voto urbano- pero sólo para alejarse del poder.

Las dulces épocas de mayorías absolutas con Manuel Fraga ya no volverán. Se anuncian tiempos difíciles para sus estrategas que tienen que jugar en el estrecho terreno de juego que imponen las consignas extremas de Génova, tan dictadas por manías madrileñas que el común de los mortales de provincias no alcanzamos a entender enteramente, y las realidades de un cambio social en Galicia que, si ninguno de los tres grandes partidos está sabiendo digerir -en realidad ni hacen el esfuerzo de imaginarse en qué podría consistir tal cosa-, acucia más a un partido que tiene que hacerlo en plena travesía del desierto.

Además, el Partido Popular está sufriendo dos fenómenos concomitantes. De un lado, la progresiva reducción de la sociología que lo sostenía. La Galicia urbana, en la que es mayoritaria la población trabajadora, sigue apostando por gobiernos conjuntos de PSdeG y BNG que están sabiendo emitir un mensaje de tranquilidad para esas clases medias en las que se forma la opinión común, y, por tanto, ganando ese territorio vagaroso que denominamos, por razones de comodidad, centro.

A esa reducción de su gradiente social hay que sumarle un dato muy preocupante para los conservadores. Es casi imposible que, en un sistema de tres partidos, el PP vuelva a gozar de mayoría absoluta desde la oposición. Tal vez cabría imaginarlo si Rajoy ganase las próximas elecciones generales, pero, si ese no es el caso -y no parece que vaya a serlo- el PP corre serio peligro de transformarse en el Partido de los Perdedores. De aquellos que, con independencia de su porcentaje de votos, están condenados a sentarse para siempre en los desolados bancos de la oposición, sin capacidad de ejercer el poder. ¡Quién nos lo iba a decir!, el PP puede convertirse en el futuro en una versión ampliada del BNG de los años 90: un partido aislado, de futuro incierto.

Eso, para un partido como el PPdeG que hasta hace muy poco parecía destinado por los dioses a mandar en Galicia en fracciones de tiempo medidas en eones, tiene que resultar, por fuerza, desconcertante y anunciar una progresiva descomposición que se podrá constatar en sucesivas elecciones. La victoria que acaban de obtener en porcentaje en ciertas ciudades es pírrica y conociendo el pragmatismo de nuestras gentes y su inveterada tendencia a la conducta del girasol -a orientarse hacia donde calienta más- no puede anunciar nada bueno.

Es más, en mi opinión, lo de menos es que el PP haya retrocedido un pequeño porcentaje, o, incluso, perdido poder. Estamos ante una crisis existencial de la derecha gallega. El PP fue, en la égida de Fraga, un partido atrapa-todo, que reclutaba votantes entre todos los espectros sociales y todos los segmentos de edad. Y lo hacía desde el centro, que en Galicia ha consistido siempre en un cierto galleguismo vago y descafeinado al que el país es tan proclive. De repente, sin embargo, el cambio de ciclo lo ha cogido desprevenido.

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Los esfuerzos del señor Núñez Feijoo por modernizar ese partido, por darle un rostro amable y sensato son muy edificantes, pero es muy posible que, en el camino, se tire al niño con el agua sucia. El PP que se colige de la fotografía de las listas de las grandes ciudades no parece augurar la capacidad de fraguar mayorías en torno a sí.

Todo esto constituye una estupenda noticia para Touriño y Quintana. Los dos parecen haber nacido con baraka y haber llegado al poder en el momento en que este fluye con mayor naturalidad. No cabe duda de que ambos van a ver incrementado su poder también en el interior de sus respectivos partidos, dado que sus enemigos internos se han debilitado. Francisco Vázquez se ha evaporado un poco más con la pérdida de la mayoría de Losada y, mal que bien, Quintana va colocando a sus gentes aquí y allá. El PSdeG y el BNG están mutando al calor de la experiencia de gobierno. Pero esa novela, en próximos capítulos.

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