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Reportaje:

La memoria borrada

Una exhumación en Vilarmaior desentierra a varios represaliados, entre los que se cree que está el abuelo del exdiputado del BNG Francisco Rodríguez

Estaban allí, sólo que nadie los había buscado. Diez días de trabajo al sol arañando la tierra del cementerio de San Pedro de Grandal, en Vilarmaior, en busca de los restos óseos de cinco hombres condenados al silencio de las balas en septiembre de 1936 han dado sus frutos. "Encontramos dos cuerpos superpuestos, el primero boca abajo, con un impacto de bala en el cráneo, y otro debajo, boca arriba y en sentido inverso", explica Eduardo Méndez, arqueólogo del Instituto de Estudos Miñoranos (IEM).

Los dos esqueletos estaban a metro y medio de profundidad, colocados en paralelo al antiguo muro del camposanto en una fosa de unos dos metros de ancho. Aunque no quiere lanzar las campanas al vuelo hasta que hable el ADN, Méndez está convencido de que uno de ellos podría ser Xosé María Rodríguez Braxe, O Luxo, el abuelo del exdiputado nacionalista Francisco Rodríguez y auténtico "motor" de esta búsqueda.

De la iglesia desaparecieron los libros de registros entre 1936 y 1939
"Los perros ladraron toda la noche. Saltó por la ventana y ya lo acribillaron"

A Braxe, ebanista de 52 años, lo prendieron en Cabanas y lo asesinaron el 15 de septiembre de 1936. Había logrado escaparse una vez, pero no pudo zafarse la segunda. Le dieron una paliza y lo arrastraron hasta la parroquia de Grandal, a medio camino entre Pontedeume y Miño, cuenta su nieto Paco. Hace cuatro años que empezó a buscar a su abuelo para cumplir "la palabra dada en el lecho de muerte" a su padre, un militar liberal que falleció con la "obsesión" de no saber dónde descansaban los restos de su padre, cuyo único "delito" consistió en coquetear con el ideario marxista.

Para el segundo cuerpo se barajan varios nombres y hay dos familias en vilo. Es el caso de José Vicente y Xaquín, que buscan a su abuelo Xaquín Rodríguez, o de Olimpia y María, que buscan a Manuel Varela González, tío de la primera y padre de la segunda.

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Olimpia tenía 16 años cuando los falangistas rodearon su casa y, aunque es nonagenaria, no ha olvidado "el pesar y la tragedia" de aquella noche. "Andaba escapado y ese día vino a por dinero para irse lejos", relata. Su mujer lo convenció para quedarse: hacía días que nadie iba a inspeccionar. "Esa noche los perros no pararon de ladrar. Saltó por la ventana y ya lo acribillaron". Se llevaron su cuerpo masacrado encima de una escalera. Fue la noche del 11 de septiembre.

Los falangistas obligaron a un grupo de vecinos a cavar una fosa detrás de la iglesia de San Pedro. Cuatro días más tarde, junto a los restos de Manuel Varela, arrojaron otros cuatro cuerpos. Sin otra pista que el testimonio oral y las indicaciones de algunos vecinos, un equipo de 10 voluntarios del IEM se puso a excavar el 7 de octubre en busca de los restos de Braxe, Xaquín, Manuel y otro vecino llamado Tomás Espiñeira. El día 14 encontraron a dos de ellos.

"La memoria estaba bien borrada", asegura Xosé Lois Vilar, investigador del centro miñorano. Misteriosamente, habían desaparecido de la iglesia los libros de registros entre septiembre del 36 y diciembre del 39, los tres años más brutales de la represión franquista, y el registro civil del ayuntamiento ardió en 1948.

Aunque suelen trabajar en el Baixo Miño, Vilar atendió la llamada de Paco Rodríguez "por amistad". Más difícil que lograr los permisos institucionales, fue convencer a los feligreses de que autorizaran la exhumación. Empezaron a excavar en Vilarmaior con más esperanzas e indicios que certezas. Calculan que en el cementerio vilarmaiorés puede haber "entre ocho y 11" cadáveres de represaliados, aunque solo están seguros del nombre de cuatro de ellos.

Mientras abrían la tierra de Grandal, los arqueólogos se encontraron con los ruegos espontáneos de Xaquín y José Vicente, en busca de su abuelo, un concejal socialista de la República en Cabanas, arrestado y paseado.

Además de los dos cadáveres "perfectamente dispuestos", uno de ellos con un balazo en el cráneo, el IEM ha recuperado los huesos dispersos de otros dos cuerpos que someterá a pruebas de contraste genético. El problema de las exhumaciones, explica uno de los arqueólogos, es que muchas familias acudieron en secreto a desenterrar los cuerpos de los que creían que podían ser sus seres queridos para darles sepultura. El cementerio también fue reformado en los años setenta y los ataúdes se movieron de la tierra a los nichos. El resultado es un caos de huesos difíciles de ordenar junto a botones, una medalla, una moneda y algunas minas de grafito, halladas estos días entre los restos de los represaliados.

El forense del Imelga, Fernando Serrulla, se ha prestado a colaborar en la identificación, al igual que el genetista Anxo Carracedo. El exdiputado del BNG denunció ayer que probablemente deberán enviar las muestras fuera porque la Xunta "ha retirado las subvenciones para hacerlo".

Las familias de los represaliados quieren colocar una placa conmemorativa en el cementerio de Grandal "como lugar de memoria". En el frontal de la iglesia, otra lápida recuerda los nombres de otros 11 vecinos del bando nacional "caídos por Dios y por España".

Familiares de las víctimas del franquismo en el cementerio de San Pedro de Grandal, en Vilarmaior. A la derecha, Francisco Rodríguez.
Familiares de las víctimas del franquismo en el cementerio de San Pedro de Grandal, en Vilarmaior. A la derecha, Francisco Rodríguez.G. TIZÓN

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