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Reportaje:

El mundo según Blanco Amor

Vigo expone medio centenar de fotografías tomadas por el autor de 'A Esmorga'

Aunque con su palabra alcanzó honduras inexploradas hasta entonces en la literatura gallega, desde muy joven Eduardo Blanco Amor (Ourense, 1897-Vigo, 1979) comprendió que para contar el mundo en que vivía no le bastaba el diccionario. Cámara en ristre, el escritor y periodista ejerció su vocación de fotógrafo a lo largo de 40 años durante sus viajes por América Latina, el norte de África y Europa.

Su ojo fotográfico tampoco evadió la realidad más cercana. Como corresponsal de diversos medios al acecho de la noticia o para documentar un reportaje, como turista asombrado por la posibilidad de descubrir la vida de los otros o, en su cotidianeidad, como ciudadano sensible a la transformación de sus paisanos, de las instantáneas realizadas por Blanco Amor se conservan unos 3.000 clichés en la Biblioteca Provincial de Ourense, institución a la que el autor donó todos sus archivos.

El escritor retrató a Lorca y Castelao, e inmortalizó Chile y Marruecos
Las imágenes estaban apiladas en el trastero de una botica

Una parte mínima de esa ingente colección cuelga de las paredes del Museo Verbum-Casa das Palabras de Vigo. Son 48 fotografías que regresan a la luz de la mano de la Editorial Galaxia, casa que en 2004 publicó el álbum A ollada do desexo, con 200 instantáneas. Repitiendo denominación, la obra que hasta el próximo 15 de marzo se podrá visitar en Samil no es nueva y ya se expuso en varios municipios de Ourense además de en la capital, pero su fuerza devuelve a la actualidad a una de las personalidades más fascinantes de la cultura gallega del siglo XX en el año en el que se cumplen medio siglo de la publicación de A Esmorga y tres décadas desde el fallecimiento del artista.

"Blanco Amor hizo de la fotografía un diario de su pasar por el mundo", indica el comisario de la muestra y director de ediciones de Galaxia, Carlos Lema. A través del estudio de sus fotos, Lema formula la hipótesis de que el autor dispara su cámara llevado por el deseo de "asir el tiempo que se va". Y, a pesar de que en vida Blanco Amor nunca hizo pública su inclinación fotográfica, el comisario recuerda que en una carta enviada a Isaac Díaz Pardo y datada entre finales de los 60 y comienzos de la década de los 70 el escritor se lamenta de que sus 3.000 fotos "estén apiladas en el trastero de una botica viguesa". Los viajes y las mudanzas constantes privaron al escritor de un domicilio fijo durante mucho tiempo; quizá fuese ésta la razón de ese depósito temporal.

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En la selección están presentes sus famosos autorretratos, llamados así aunque en muchos casos no fue él quien disparó las fotos. Sin embargo, la continuidad en las poses y actitudes del artista revelan su presencia en los encuadres, tanto en los que muestran al intelectual que se presenta ante el público como en aquellos en los que desnuda la intimidad de su cuerpo y su cama deshecha.

Como retratista de personalidades reconocidas, las fotos de Blanco Amor revelan amistades y querencias: Lorca, Alberti o Castelao. Las postales que se trajo de Chile, Argentina o Marruecos conforman el cuaderno de bitácora de un viajero y, además, constituyen pruebas documentales de un pasado irrepetible, como la que muestra las hileras de curas atravesando la compostelana Praza do Obradoiro. Admirador de su tierra, detiene su mirada en los paisajes rurales y en los prodigios conseguidos por los hombres. Así fotografía los puentes que cruzan el Miño o los primeros rascacielos en la ciudad de Ourense. La nostalgia y la emoción tiñen el instante capturado en las sonrisas frescas de los niños que juegan bajo el hórreo de Carnota y en los gestos despreocupados de los ragazzi napolitanos.

Existen otras composiciones con evidente vocación estética, como la soledad de una tumba minúscula en un páramo desierto en Chile o el anonimato de los hombres con sombrero sentados en el puerto. "Si hay alguna relación entre su escritura y su fotografía es sumamente oblicua", observa Lema. No es sencillo trazar puntos de unión entre ambas facetas. El responsable de la exposición apunta el agua como posible y casi único nexo, en tanto que habitual elemento fotográfico y omnipresente en el relato narrativo de A Esmorga. "Tan sólo podemos establecer paralelismos a través de la personalidad del autor, expresada a través de dos lenguajes artísticos; dos códigos sin duda diferentes pero que, en su caso, pueden ser complementarios".

Niños fotografiados por Blanco Amor en los años 60 jugando bajo un hórreo de Louro, en el municipio coruñés de Muros.
Niños fotografiados por Blanco Amor en los años 60 jugando bajo un hórreo de Louro, en el municipio coruñés de Muros.

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