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ELECCIONES 2008 | Campaña electoral
Columna
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La práctica del paisaje

Desde hace algún tiempo, cuando se habla de paisaje, la idea contemplativa, estática, de un panorama de valles y montañas o rías de idílica belleza sobre el que volcamos nuestros anhelos colectivos va dejando paso al concepto de un recurso tan valioso como frágil. Se siguen editando libros y atlas de paisaje que ensalzan su belleza mientras se extiende la sensibilidad social por conservar su valoración colectiva.

El paisaje es algo más que naturaleza, más que la emoción estética o sensorial de cada uno; es un escenario que muda con el cambio de las estaciones, con las horas del día, y también por la presión que nosotros ejercemos sobre el territorio con la economía y el habitar. El paisaje es, por tanto, el producto de la interacción entre los elementos naturales y el factor humano, y a través de la percepción social adquiere una dimensión simbólica.

El progreso tiene que buscar su adaptabilidad al medio

Alarma mundial justificada ha provocado la noticia de que una multinacional española proyecta cuatro grandes presas en la Patagonia chilena, merced a concesiones obtenidas bajo la dictadura de Pinochet. A escala local, lo mismo sucede con las grandes plantas de cultivos marinos, los interminables parques de aerogeneradores, las minicentrales en los cauces de nuestros ríos. Pero eso no debe significar poner cortapisas al progreso, sino que el progreso ha de buscar su adaptabilidad al medio.

Las nuevas implantaciones industriales, al no tener una norma de paisaje específica, irrumpen en el panorama político bajo la característica disyuntiva entre protección y creación de empleo. Evidentemente, hay cosas que se pueden hacer y otras que no. No se debería consentir que se materialicen nuevas concesiones de explotación en zonas de la red Natura o reservas de la biosfera, máxime cuando se sabe que su rentabilidad en muchas ocasiones es mínima; en el caso de los recursos minerales, se aprovecha una ínfima parte de lo extraído, como sucede con las louseiras que destruyen el territorio y contaminan los cauces con sus escombros. Pero tampoco podemos incurrir en extremos de hiperprotección. Hay que delimitar el ámbito y la profundidad de cada actuación, y ese es el objeto de los catálogos de paisaje.

Los catálogos son instrumentos para la ordenación y gestión del paisaje desde una perspectiva territorial. Al dibujar la base cartográfica del paisaje, permiten conocer cómo es y qué valores contiene, la génesis de cada tipo de paisaje, cómo evoluciona con la incidencia de las dinámicas económicas, sociales y ambientales. Su fin principal es definir objetivos a escala supralocal, marcando líneas estratégicas y directrices que puedan contribuir a mejorar la calidad de los paisajes y, en definitiva, la calidad de vida de los ciudadanos.

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El alcance de los catálogos es global, pues no se ciñen a los lugares naturales de especial interés visual o ambiental, sino que contemplan también las áreas urbanas, los espacios periurbanos, los nuevos paisajes industriales y las zonas degradadas. Partiendo de una serie de valores ecológicos, históricos, culturales, estéticos, se define el interés de cada paisaje y se establecen pautas de intervención. Una de las aplicaciones de los catálogos es estudiar la compatibilidad entre las nuevas implantaciones y el paisaje, que no es algo intangible, sino un bien susceptible de ser explotado racionalmente hasta cierto punto, con instalaciones acordes con su calidad ambiental y su percepción social.

Otra característica importante de los catálogos es que no utilizan solo criterios expertos o cuantitativos, sino que se toma en cuenta la apreciación que la población tiene de cada paisaje, e introducen un concepto radicalmente nuevo: el derecho al paisaje. De ahí la importancia concedida a la participación como fórmula para corresponsabilizar a la sociedad en su gestión y planificación.

Hace ahora tres años la Conselleria de Política Territorial y Obras públicas de la Generalitat puso en marcha el Observatori del Paisatge, dirigido por el geógrafo Joan Nogué, que realiza un ingente trabajo de diagnóstico, propuesta y sensibilización de la sociedad catalana en torno a esta problemática. Con la creación en Galicia del Instituto de Estudos do Territorio, con fines de análisis, estudio y asesoramiento en materia de urbanismo y ordenación del territorio, cabe esperar que el paisaje esté implícito en sus funciones.

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