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Columna
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El riesgo de pobreza

La relación entre el PIB de los países más ricos y los más pobres era de 35 a 1 en 1950; de 44 a 1 en 1973; de 72 a 1 en 1992; de 86 a 1 en 2000 y de 90 a 1 en 2005. La serie no deja lugar a dudas sobre el impacto que el capitalismo neoliberal ha tenido a nivel planetario, provocando un brutal empeoramiento de las desigualdades hasta situarlas en niveles insoportables y sin precedentes.

Pero las políticas neoliberales no sólo han agrandado la brecha social que separa los países ricos de los pobres, sino que han disparado las desigualdades en el interior de cada país, incluidas las naciones desarrolladas, donde ha reaparecido masivamente la pobreza como consecuencia de la pérdida de peso relativo de los salarios en la riqueza nacional y de la erosión sistemática de los sistemas de protección social. En todas las latitudes, los pobres son más pobres y los ricos se han enriquecido todavía más.

Galicia aún ocupa los últimos lugares de España en prestación de servicios sociales

Es cierto que cualquier fórmula que se elija para medir la pobreza conlleva siempre cierta dosis de arbitrariedad. Pero con independencia del criterio con que se defina el umbral de renta por debajo del cual se estima que un hogar se encuentra en situación de pobreza, o, si se prefiere una definición más apropiada, en riesgo de pobreza, lo cierto es que ésta se ha disparado en los últimos años. Por eso las diferentes encuestas que desde 2004 (en pleno ciclo alcista de la economía) cifraban en casi 600.000 el número de gallegos que vivían en situación de pobreza son más preocupantes que sorprendentes.

En Galicia se daban ya entonces todas las condiciones que conducen inevitablemente al fenómeno social que describían dichas encuestas. En primer lugar, la tasa de paro seguía siendo todavía muy elevada pese al crecimiento económico de la época, y el riesgo de pobreza en cualquier país es siempre mayor entre los parados que entre los ocupados. En segundo término, y sobre todo, porque cuando el empleo generado es precario, de baja productividad y está mal remunerado, como tradicionalmente sucede en Galicia, el paro se reduce en el ciclo expansivo de la economía, pero el efecto sobre la pobreza es muy escaso. La economía estadounidense antes de la crisis constituía un ejemplo paradigmatico de mercado laboral con elevada creación de puestos de trabajo, bajos niveles de desempleo y altas tasas de pobreza entre los ocupados. Por parecidas razones, España, pese a haber creado en ese periodo casi la mitad de los empleos de la Unión Europea, seguía siendo, junto a Portugal y Grecia, uno de los Estados con mayores desigualdades en la distribución de la riqueza y con mayor riesgo de pobreza.

La baja tasa de ocupación femenina es otra de las causas que explican el riesgo de pobreza en Galicia. El paro se concentró históricamente entre jóvenes y mujeres, de modo que en muchos hogares los ingresos del varón eran los únicos disponibles para sostener a las mujeres y a los hijos. Por eso cuando la crisis golpea como lo está haciendo ahora, con destrucción masiva de puestos de trabajo y un aumento espectacular del paro, el riesgo de pobreza es muy elevado para todos los miembros de la familia.

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Los bajos salarios condicionan también las futuras pensiones, situando en el umbral de la pobreza a miles de nuestros conciudadanos mayores de 65 años. Y en relación a los servicios sociales y de ayuda a la familia, Galicia ocupa los últimos lugares de España -que a su vez está a enorme distancia de la media europea y a distancias siderales de los países más avanzados-, lo cual impide una ayuda eficaz a los ciudadanos en riesgo y limita drásticamente la incorporación de la mujer al mercado laboral.

En resumen, la combinación que exista entre la calidad del empleo generado y los sistemas de acceso y generosidad de las prestaciones sociales, explica buena parte de los patrones de la pobreza y la desigualdad. No conviene olvidar esto a la hora de diseñar el modelo de salida a la grave crisis que atravesamos. Por tanto, cambiar la dinámica actual debería constituir el reto fundamental de la Xunta de Galicia. Ese debería ser el núcleo duro de su proyecto político. Pero si he de ser sincero, no tengo la menor esperanza de que ésa sea la prioridad del nuevo Gobierno gallego.

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