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"Me sublevé por mi conciencia"

Un superviviente de la Revolución de Asturias revive sus años de 'topo' en Escairón

"Siempre fui un afortunado dentro de ser un desgraciado". Antonio Nieves Ferreiro, aquél al que las hembras llamaban "el Paul Newman de Escairón", repite la frase a cada poco mientras recuerda. Entre el 36 y el 41, Nieves Ferreiro, también alcumado O Narote, vivió escondido y se salvó por los pelos. Por una suerte que volvía en los peores momentos, y casi siempre en forma de mujer.

Los más viejos de Escairón cuentan que, durante la Guerra Civil, en este pueblo de O Saviñao (Lugo) "hubo un castigo enorme". Sólo en este minúsculo grupo de casas, se contaron 20 encarcelados, 10 huidos y dos fusilados. Y todo el mundo esperaba que cualquier día, la pareja de difuntos se convirtiese en trío. Por eso, en Escairón, se suele hablar de "los tres antonios". Los asesinados, Antonio Sánchez Quiroga y Antonio López Barros, y el superviviente, Antonio Paul Newman, afortunado en su desgracia, bendito entre las mujeres.

A sus 94 años, Nieves Ferreiro todavía no ha encontrado unas siglas a las que afiliarse: "Soy de izquierdas y anticapitalista, pero mi partido o mi sindicato, se llame como se llame, es defender la verdad, la justicia y la libertad. Si me sublevé fue por orden de mi conciencia, y si luego me persiguió el franquismo, primero me castigó el gobierno republicano y cavernícola de Lerroux [primer ministro] y Gil Robles [ministro de Guerra]. La libertad de la República... Hay mucho que matizar acerca de ella".

O Narote quedó marcado por una machada de los 21 años. Cumplía el servicio militar en la base aérea de León, y en los primeros días de la Revolución de Octubre del 34 acaudilló un movimiento de apoyo a los sublevados. Les siguieron todos los demás soldados, e incluso algunos mandos como el comandante Ricardo Lapuente Bahamonde, el primo de Franco que luego el Generalísimo mandó fusilar. Juntos asaltaron el arsenal e impidieron el despegue de los aviones repletos de bombas para descargar sobre Oviedo.

Al fracasar la revolución, un tribunal de guerra los condenó a 20 años de prisión que se quedaron en 16 meses en el fuerte de Guadalupe de Irún. La amnistía de Azaña, tras el triunfo electoral del Frente Popular en el 36, fue el primer golpe de fortuna del desgraciado Narote. El día que regresó a Escairón junto a su vecino Antonio Sánchez, Nieves Ferreiro fue recibido con fuegos artificiales y un banquete. Los dos antonios se convirtieron en héroes locales durante cinco meses. Hasta que estalló la guerra. Entonces, Sánchez se entregó, convencido de que saldría airoso porque su padre era el médico del pueblo, y Nieves se esfumó. Vivió cinco años, como un topo, entre sus enemigos.

Los dos primeros meses, el huido alternó dos escondites. Pasaba 15 días en el muíño do Pimento, a tres kilómetros del pueblo, y otros tantos en la cueva de la Pena de Abeado, a 8 kilómetros. En el molino, cuando venía alguien ajeno a la familia que lo protegía, Antonio se echaba al río y se escondía bajo las aspas. Pero se cansó del frío y el hambre, y volvió a Escairón camuflado en un carro de centeno. Y pasó por delante del cuartelillo con la adrenalina por las nubes.

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En su casa improvisó primero un escondrijo, trepando por la lareira hasta las tablas que ocultaban el tejado, y luego ingenió un zulo aprovechando el grosor de la pared. Cuando venían a buscarlo, levantaba unas maderas del suelo y se encajaba en el espacio que había abierto bajo el alféizar de una ventana. "La necesidad hace maravillas", dice, recordando que otro vecino ideó un escondite al que se accedía por una trampilla oculta bajo una cama que iba a dar a un corral con conejos. "Había que meterse con los conejos, y pelearse con uno gigante que se ponía muy nervioso, para alcanzar otra compuerta debajo y llegar a un espacio abierto en los cimientos".

En su zulo de la pared, Antonio se metía siempre con una pistola y una bomba de mano. Si descubrían su escondite, estaba decidido a matarse. "Muchas veces tuve sus botas pegadas a la nariz, y les oía decir "carallo, din que está na casa". Por allí pasaban los falangistas y dos sacerdotes de la zona, con don Daniel, el párroco de Vilacaiz, al frente. "Los curas venían, pistola al cinto, dispuestos a llevarme al cielo por la vía rápida". Reconoce que "la juventud" le hacía cometer "muchas locuras" y hasta salía a pasear disfrazado y participaba de las fiestas: "Una vez iba con una amiga, vestido de mujer. Llevaba la pistola en el bolsillo de la falda, y con el peso del arma, se me cayó la ropa al suelo. Me quedé en paños menores justo cuando acababa de pasar una pareja de agentes".

En 1936, los huidos de Escairón eran 30, aunque luego fueron cayendo. Una noche se reunieron y acordaron asaltar la despensa del más rico del pueblo. Antonio estaba descolgando un jamón a medio curar cuando oyó pasos que se acercaban. No pararon de correr hasta llegar al monte, kilómetro y medio después. Una y otra vez, se libró. Pero un día, hinchada por la humedad, la trampilla del zulo quedó mal cerrada. Y el topo fue sacado de su madriguera.

Curiosamente, en la rectoral de Vilacaiz, a las órdenes del cura don Daniel, trabajó tiempo después como maestra Olga Martínez, la segunda esposa de O Narote, 22 años más joven, que hoy sigue ayudándole a mantenerse hecho un chaval. Tan cerca del siglo, Antonio, que con los años se convirtió en representante de bisutería fina a bordo de un Mercedes, sigue haciéndose en un día, ida y vuelta, el viaje entre su casa en Vigo y la vivienda que heredó Olga en Escairón. "La velocidad me hace sentirme vivo".

Antonio prepara ahora la publicación de sus memorias. "Se llamará La forja de un escaironés", anuncia orgulloso. En 200 páginas hablará de todas esas mujeres que contribuyeron a que no amaneciese muerto en una cuneta. Cuando al fin fue detenido, salió del calabozo en 15 días porque, gracias a una amiga, la Guardia Civil redactó un "informe inmejorable en el que se callaban muchas cosas". En el tiempo que permaneció escondido, pensó en huir, pero entendió que estaba más seguro en casa. Llegó a viajar en tren, rodeado de falangistas, a Vigo y a Bilbao, donde le podría echar una mano Rosa Martínez, su madrina de guerra. Los salvoconductos se los consiguió otra incondicional, Esperanza Rañada, A Roxa, del servicio secreto de Franco.

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