_
_
_
_
_

20 testigos y tres peritos declaran en el juicio contra el cura Benigno Moure

El presidente de la Fundación San Rosendo, acusado de estafar a una anciana

El sacerdote Benigno Moure, presidente de la Fundación San Rosendo, dedicada a la asistencia a la tercera edad, declaró ayer ante el tribunal en el juicio por supuestos delitos de apropiación indebida de las cuentas de una anciana ingresada en uno de sus geriátricos, de falsedad en documento público y privado, y de estafa continuada a la misma residente, ya fallecida, María Vázquez Covela. Los hechos ocurrieron entre 1999 y 2001. Moure, que se negó a contestar a las preguntas de la acusación particular, proclamó ante el juez su inocencia.

Más información
Sin ánimo de lucro
Cinco años de cárcel para el cura Moure por apropiación indebida

Durante la declaración, Moure contestó a casi todas las preguntas del fiscal, que pide para él una pena de 14 años, con continuos "no sé" o "no recuerdo". Pero a preguntas de su abogado, reconoció que los pisos, las fincas y el dinero de las cuentas de la anciana habían sido traspasadas a la fundación que él preside. "Pero yo no me quedé con nada", precisó. Según dijo, la anciana María Vázquez Covela firmó un documento por el que le había hecho "dueño y titular de sus cuentas", en las que la residente tenía más de 600.000 euros, que pasaron así a engrosar el presupuesto de la Fundación San Rosendo.

En el momento de esta donación, la anciana llevaba un año declarada legalmente incapacitada por un juez, diagnosticada con "demencia senil incipiente", según se puso de manifiesto en el juicio inicado ayer en Ourense y que continuará hoy. Están citados a declarar 20 testigos y tres peritos.

En contra de lo que consta en el documento bancario que firmó para traspasar a la fundación las cuentas de la anciana, Moure insistió en que él no estaba autorizado para disponer del dinero, sino que era el "dueño y titular" de las mismas y que la palabra "autorizado" se incluyó después de que él firmase. Declaró también que María Vázquez seguía figurando en las cuentas "para poder sacar el dinero que necesitara".

El presidente de la fundación sostuvo que fue el director de la sucursal de Banesto en O Carballiño, José Luis Iglesia Santos, quien lo llamó y le presentó en el geriátrico Os Gozos, en el que residía Vázquez Covela, los documentos bancarios para que los firmase. Respecto a un piso de la mujer en O Carballiño, que inicialmente iba a destinar "a señoras maltratadas" pero que acabó vendiendo y a otras fincas que también vendió, Moure señaló que el dinero obtenido se lo entregó a la dueña, "pero ella dijo que era todo para la fundación".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Los testigos que declararon ayer, compradores todos ellos de fincas y viviendas de Vázquez Covela, reconocieron como vendedor de las propiedades a Benigno Moure quien, según señalaron, cerraba las operaciones acompañado de otro cura del que ayer sólo se despejó su nombre: Antonio. "Sé que era cura porque llevaba alzacuellos", especificó uno de los testigos, y varios aseguraron que al cerrar la operación el "cura Antonio contaba el dinero". A ninguno se le ocurrió mirar en el registro mercantil la titularidad de las adquisiciones. "Era muy barato", justificaron. Agustín López Peña reconoció que pagó 2.700 euros por un lote de 50 fincas y Francisco Pérez Nogueira ratificó la ganga al detallar que compró dos fincas por 600 euros.

Más caro le resultó a Antonio Obiols el piso que adquirió, por 45.000 euros, a la Fundación San Rosendo a través de una agencia inmobiliaria. El comprador declaró que la operación se hizo ante notario "y lo que hace un notario va a misa".

El notario, también acusado, es Alejo Calatayud. En su declaración señaló que dio fe de la venta del piso de O Carballiño porque la anciana, que sufría Parkinson y estaba en silla de ruedas, "asentía a mis preguntas de si estaba de acuerdo moviendo la cabeza". Calatayud, que dijo desconocer que la anciana estaba diagnosticada de demencia senil, se convenció de su comprensión, aunque su estado físico le impidió firmar, por lo que lo hicieron por ella dos testigos, empleados de la fundación. El comprador firmó en otro momento en la oficina del notario. Éste reconoció lo excepcional de ese hecho, pero no le pareció necesario hacerlo constar en la escritura. "Doy fe de lo que me cuentan, no de la veracidad de lo que me cuentan", dijo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_