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Columna
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La tinta del calamar

La política es lenguaje, la literatura de la vida social. Y, como en la literatura, hay realismo y también fantasía. Pero ese lenguaje realista o fantástico tiene consecuencias sobre la sociedad. Por eso los políticos deben atenerse a unos límites en el uso del lenguaje. No deben mentir y lo ideal es que oculten lo menos posible, que eviten toda forma de engaño a la sociedad.

Y un modo de engañar es hacer demagogia, manipular las realidades para azuzar contra los rivales las peores pasiones del público. Ese instrumento político que daña a la sociedad es utilizado en un momento u otro por casi todos los partidos, bien porque la desesperación al ver lejos el poder les hace perder los límites éticos a unos, o bien porque el mentir es la práctica habitual de otros. Creo que hay que preguntarse si en esta situación social delicada, con una crisis en la que el miedo juega un papel tan importante y se necesita confianza, no estará la derecha ejecutando día a día una operación demagógica planificada en la FAES que incluye el uso desvergonzado de las mentiras.

Los políticos deben atenerse a unos límites en el uso del lenguaje. No deben mentir

Así asistimos desde hace unos meses a una cascada de denuncias sobre la corrupción de los que mandan, ahora que los que denuncian ya no están en el poder. Denuncian que los gobernantes en Madrid, Cataluña o Galicia viven como millonarios, mientras los parados, los pobres, los trabajadores, los refugiados hambrientos del Chad, los enfermos y las familias gallegas pasan necesidades. Los tribunos y la prensa de la derecha retratan implacablemente, en el ejercicio de la noble función de servir a la opinión pública, a esos gobernantes de la izquierda que comen caviar, beben champán y, ya ahítos, fuman un puro habano mientras la gente corriente hace colas en los pasillos de los hospitales y pasa hambre. Lógicamente, se supone que quien denuncia con pasión tales abusos es porque no tiene responsabilidad alguna, está libre de esos pecados pues nunca ha gobernado. Pero resulta que no. Quien denuncia lo bien que viven los gobernantes es justo quien ha gobernado y se ve ahora expulsado de palacio. Pero eso es un detalle sin importancia.

Ahí están las denuncias contra el presidente del Parlamento catalán, quien reconoció excesos en sus comodidades. Vino luego la inspección de las cuentas de Carod Rovira, acusado de cargar gastos de más. Y ahora resulta que mantener al presidente del Gobierno es caro: ¡la Moncloa nos cuesta dinero! Es un descubrimiento reciente: en los años en que gobernaba Aznar, estas cosas no ocurrían, la Moncloa nos salía gratis. Pero, ¿y aquí? Aquí ya es el culmen de la corrupción, inmoralidad, lucro ilícito y perversión. Desde que Núñez Feijóo ya no es vicepresidente en la Xunta hemos caído en el foso de socialistas y nacionalistas, que nos devoran con hambre atrasada.

Es natural que un día se recuenten los chupitos chupados en La Habana. Seguramente se los bebieron estos recién llegados a la Xunta, que al fin se pueden dar a la botella de ron, como los piratas. Si duran, acabarán alcohólicos. Ya puestos en el control de alcoholemia, se le inspeccionaron las neveras a Quintana, y si no costaban 6.000 euros, pues costaban 15, pero tanto da, el caso es que haya nevera. Luego, va Touriño y resulta que anda en coche, cuando Fraga iba caminando o en autostop. Y ese coche de Touriño cuesta dinero. Cuesta el equivalente a lo que costaba un coche que le compraron a Fraga -y conste que él no lo quería-, ¡pero no me vayan a comparar ahora el gastar dinero en Fraga y en Touriño! ¿Y el despacho del presidente? ¿Qué pasa con ese despacho que lo remodelaron hace tres años y nos hemos acordado ahora de preguntar por la reforma? Pues que es carísimo. Cuando Fraga decidió construir el edificio entero de Monte Pío, fue una decisión sabia y que además salió gratis, porque eso de que costó dinero es una trola.

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Pero ahora reformar un despacho es un escándalo carísimo. ¿Cómo? ¿Que no es un despacho, que es todo un ala del edificio? Bueno, eso habría que verlo, no vamos ahora a creer así como así una verdad cualquiera cuando tenemos armada una falsa acusación tan bonita: ¡estos gobernantes son unos viciosos corruptos que viven a cuenta del pobre ciudadano!

Es cierto que todo eso de lo que tanto habló, y con tanto sentimiento, la derecha (la bandera, la patria, el ejército) en realidad les resulta un "coñazo". Es cierto, pero ahora vemos el verdadero rostro de la derecha: es la abanderada de los intereses del pueblo trabajador.

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