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El último aliento de Alfageme

La marca sucumbe al interés inmobiliario

Casi tan viguesa como el olivo del Paseo de Alfonso, los soportales de O Berbés o el mirador de O Castro es la conservera Alfageme. Por aquí han pasado generaciones de escolares que salían de las imponentes instalaciones de la calle Tomás A. Alonso con la nariz arrugada y enormes atunes en la retina. En plena crisis económica, con la sombra de la deslocalización planeando sobre la conserva y la voceada amenaza de Papúa Nueva Guinea a las puertas (la Unión Europea ha liberalizado la importación de derivados del atún procedentes de este país), el sector se ajusta el cinturón. Y en la compañía que fundó Bernardo Alfageme en 1873, ahora en manos del grupo inmobiliario Promalar, apenas respiran bajo la amenaza de un polémico desmantelamiento de la factoría de Vigo. Atrás queda una saga de emprendedores zamoranos y una joya de la arquitectura.

En el siglo XIX era habitual el trueque con Castilla de pescado escabechado o seco por textiles. En ese negocio se movía Bernardo Alfageme que, en 1879, se instala en la localidad costera de Candás (Asturias), donde también elabora una sidra espumosa que acabará exportando a América. Algo habitual, ya que también desde Vigo la familia Curbera completa los cargamentos de conservas transoceánicos con sidra O Gaiteiro.

Galicia se erige en referente absoluto del sector entre 1882 y 1909, llevando hasta la ría de Vigo el grueso de las fábricas (más de una docena). Los Alfageme no se quedan atrás y deciden montar aquí una pequeña planta en el entonces barrio de Rebouza, hoy O Areal. Con la I Guerra Mundial recibe el espaldarazo definitivo, ya que las conservas son el alimento del frente.

Tiempos de bonanza que les llevan a trasladarse a Tomás A. Alonso y, para ello, contratan a Gómez Román, el arquitecto local más importante de la época. Se construirá en 1928, erigiéndose en una de las más relevantes de España junto a otras como la de Massó.

Durante el franquismo, el negocio siguió creciendo. Alfageme era entonces un habitual de la vida social, invitado siempre a los actos que el Caudillo presidía en la comarca. Estos lazos terminaron de estrecharse cuando una de las hijas se casó en los años 60 con el entonces ministro de Hacienda, Monreal Luque, un boda recogida en los ecos de sociedad de los periódicos.

Nuevas factorías en O Grove y Ribadumia y su propia flota daban fe de esa fortaleza. Pero las nuevas generaciones que se reparten entre Madrid y Vigo acaban sucumbiendo a discrepancias internas, sin adaptarse a los nuevos tiempos, como no lo hizo ninguna de las grandes conserveras de antes de la guerra. No obstante, Alfageme se mantiene. Su relevancia se evidencia en otras instituciones como la presidencia por dos veces de un Alfageme en la Unión de Fabricantes de Conservas (la muerte de uno de ellos, Antonio Alfageme del Busto, apuñalado, conmocionó a la ciudad de Vigo en los 70) y su participación en la simbólica casa MAR (Motopesqueros de Altura Reunidos), donde hoy se construye el auditorio vigués.

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El catedrático Xoán Carmona ensalza el valor de este patrimonio, menoscabado por un urbanismo ajeno a la cultura industrial. Ante la posible desaparición del edificio de Tomás A. Alonso, Carmona recuerda que el museo más importante de Reikiavik (Islandia) es un inmueble similar, pero de categoría muy inferior. Junto a esta fábrica, sitúa otras como la Panificadora o la de Alonarti. "Queda poco del conjunto patrimonial" local pero "estamos a tiempo de conservarlo".

La producción ha bajado un 60%

El solar de la emblemática fábrica de Alfageme es un balcón a la ría de 14.000 metros cuadrados, del que quieren sacar rédito los nuevos propietarios de la compañía. Con su desembarco llegó el silencio, la plantilla apreció un cambio en las formas, lejanas a las de la familia Alfageme, y también en el fondo. Ahora "no se ocupan de los trabajadores" que, últimamente, están con "la moral por los suelos". A la espera aún de cobrar el mes de septiembre y con una huelga en ciernes, reconocen que en estos dos años la producción de la factoría viguesa se ha recortado en un 60%, muestra de la "falta de interés" de los nuevos propietarios. "Sabemos que el objetivo es liberar los terrenos", dicen.

Una venta que permitiría levantar una nueva fábrica en la comarca. Ahora, lamentan, "no hay dinero, ni nueva fábrica, ni nada". Confianza, tampoco. Por el camino han quedado 44 millones de euros en avales otorgados por la Xunta que, en Vigo, con 150 trabajadoras, donde persisten aún procesos manuales y la maquinaria está en buena parte obsoleta, no han olido. "Lo único que se ha hecho en los dos últimos años es alguna mejora en la fábrica de Vilaxoán", por eso piden que las autoridades "controlen" el dinero que pueda entrar de ahora en adelante para que "no lo derrochen", piden desde el comité de empresa.

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