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Columna
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Lo que se va

Un año demoledor, el 2011 fue una bestia. Si fuésemos a una hemeroteca, una de esas cosas que están desapareciendo con lo digital, y buscásemos los diarios de una semana como ésta hace cinco años no soportaríamos contemplar aquel paisaje social. Aquel era un tiempo distinto, éramos otros, y cerraríamos esas páginas con la sensación de que todo era una mentira. Esa mentira es cierta, en parte; nos han mentido y, también, nos hemos mentido.

La marcha de Zapatero resume el fin de época. Su figura en este momento va asociada para mucha gente a la crisis económica, la crisis europea y lo que nos está sucediendo a todos. Puede que en unos meses pueda ser visto de otro modo pero es una tarea ardua reparar el daño que le ha hecho a su imagen la estrategia política más sucia desde el restablecimiento de la democracia. Una campaña calculada y fría de destrucción de su imagen desde el principio: acusado de formar un Gobierno de mujeres y de llegar al poder sobre las víctimas del atentado de Atocha compinchado con ETA, con quien pactó la entrega de Navarra a los vascos y culpable de entregar Cataluña a los catalanes separatistas; acusado de ser taimado pero también ingenuo; de ser un ignorante pero también maquiavélico; de ser un recién llegado a la dirección del partido pero también del aparato... Los estrategas de esa campaña conocían bien a la emocional sociedad española y su fortísima tendencia a la división y la inquina, una buena campaña denigratoria nos excita y en seguida nos apuntamos a un linchamiento. Cuando llegó la crisis todo el mundo le acabó comprando la historia a la derecha: la culpa era de Zapatero.

El robo del 'Codex Calixtinus' ejemplifica un fin de época en una Galicia sin rumbo

Se podría pensar que Mariano Rajoy llega al Gobierno sobre esa campaña, pero no es cierto. Flotó cómodamente sobre ella, pero en realidad no le sumó votos; eso sí, se los restó al partido socialista. El odio en la vida pública española irradiado desde la Corte lo que sí hizo fue mantener unida y movilizada a la base social derechista y hay que aceptar que en adelante, tras haberse roto los tabúes establecidos por los pactos de la Transición, el odio ya será una característica de la política española. La grosería ya lo era antes.

Estos años Rajoy se entretuvo librando una batalla política personal: conseguir mantenerse defendiéndose de quien lo había puesto allí, Aznar. Y lo consiguió. Los cronistas políticos de la Corte no lo saben, pero lo que hizo fue aplicar allí las lecciones que aprendió en Galicia en los años ochenta, cuando la Xunta de Albor acabó rompiéndose: venció a los que lo atacaban inmisericordemente clavándose al sillón. Resistió y, al final, sus enemigos perdieron. Pero el extremismo de sus enemigos internos no lo hace mejor, que existan sectores más fanáticos en su partido no justifica la oposición tan desleal que frecuentemente le hizo al Gobierno socialista.

Pero, atento todo el mundo, que lo que eran defectos en Rajoy serán ahora virtudes: era gallego y dubitativo, pero ahora se ha vuelto sensato y sereno. Era un incapaz, pero ahora todas sus decisiones son sabias. Mentiras o tonterías, Rajoy es muy inteligente y prudente para si, eso le ha permitido sobrevivir ante adversidades pero nadie sabe cómo será como gobernante. Por lo pronto ha formado un Gobierno duro en torno a sí con un programa: los lehman brothers que nos han empobrecido serán ahora quienes se ocupen de los parados que crearon, y los meterán en cintura a ellos y a todos, descuiden. Por otro lado, la cultura política que demuestran es autoritaria o la de un nacional catolicismo suavizado, tanto el nuevo presidente cuando se niega a contestar a preguntas de los periodistas, que representan a los ciudadanos, como los ministros al jurar unánimamente un cargo público ante un crucifijo. Rajoy tiene motivos para sentirse satisfecho de su hazaña personal frente a sus rivales, pero no trae esperanza alguna a la sociedad.

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Para nuestra especie éste erá el año en el que los físicos nos confirmaron en el que el mundo es asombroso y se asomaron al bosón de Higgs. Para nosotros, nosoutr@s, el robo del Codex Calixtinus ejemplifica un fin de época. Aquel Reino de Galicia de Xelmírez devino en esta Galicia sin cabeza ni rumbo, incapaz de conocer su pasado y, por ello, de guardar sus tesoros. Estamos en un gran vacío histórico. Pero permitan que, ya que nos han preparado para recibir un castigo y lo sabemos, y ya que en la vida pública no vemos esperanza, nos acojamos a la que nos ofrecen los necesarios mitos. Los ritos de Navidad son el nombre actual del viejísimo rito comunitario que festeja el invierno, un invierno que encierra también su promesa sagrada de renacimiento. Es bien lindo tener estaciones del año, celebremos al invierno o al Niño, pues al fin la vida es lo que nos ocurre cada día mientras estamos aquí. Celebremos.

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