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Columna
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Lo que de verdad se juega

Este verano ha sido confuso. El clima ha estado revuelto, el dinero ha empezado a escasear en los bolsillos y los estrategas del PSdeG han organizado un trompe l?oeil de cierta gracia. Al final, en lo que a esto último respecta, todo ha quedado como estaba, pero anunciado con gran solemnidad. Touriño ha engrandecido su figura, y tanto conservadores como nacionalistas han aplaudido que no haya pasado nada. Es la tónica usual del país. Hay que contentarse con ello si uno no quiere crear acidez en su estómago.

¿En qué pensaban aquellos que aconsejaban el adelanto electoral? Sin duda en que el paso del tiempo pudiera favorecer una remontada tanto del PP como del BNG, lo que perjudicaría el interés que el PSdeG tiene de convertirse en la fuerza mayoritaria del país. Es un interés no sólo táctico, sino también estratégico. Si los socialistas no aprovechan el punto álgido de la ola pueden verse obligados no sólo a compartir el gobierno sino a admitir que el verdadero árbitro de la política gallega va a ser el BNG. Siempre y cuando, por supuesto, que el Partido Popular no consiga la mayoría absoluta -lo que parece poco probable-.

En los comicios se verá si Quintana culmina con éxito el viaje del Bloque hacia el centro

Lo que de verdad se juega en las próximas elecciones gallegas es, pues, el papel estratégico del BNG. De hecho, Anxo Quintana está procediendo de una manera parsimoniosa a la reconversión de los nacionalistas y si la culmina con éxito -si el electorado no les es esquivo y aumenta su número de diputados- parece probable que se instalen en el poder durante mucho tiempo.

La razón es clara: los nacionalistas se están reorientando al centro porque piensan que no pueden estar enfeudados a los socialistas. El BNG tiene vocación de ser un partido bisagra y, si eso es así, parece derivarse que algún día tendrá que pasar su Rubicón: pactar, en Santiago o en Madrid, con el PP. El BNG quiere colocarse en la posición que le permita decidir en cada momento quién gobierna en Galicia y, si fuera posible, en Madrid.

Tal vez aún hace falta mucho tiempo para que lo veamos, pero el giro se está dando con infalible puntería. Que el BNG renunciase a la colaboración con Esquerra o Eusko Alkartasuna para optar por la relación con PNV y CiU ya apuntaba en una cierta dirección. Pero los tres años de gobierno han mostrado de modo inequívoco hasta qué punto los nacionalistas están dispuestos a reclamar su puesto de comensal en la mesa. El tan traído y llevado concurso eólico es sólo la punta del iceberg. Desde el comienzo Anxo Quintana y los suyos han intentado penetrar en el hasta ahora esquivo mundo para ellos de los empresarios y financieros. Lo han hecho con plena conciencia, y a fondo. Hay signos de que pueden acabar teniendo éxito en su empeño. Desde luego, el ejercicio permanente del poder lo facilitaría mucho.

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Que a Anxo Quintana no le repugne imitar a Fraga bailando en las romerías es una muestra de que intenta también entrar en electorados antes reservados a populares o, acaso, a socialistas. También el BNG quiere ser un partido atrapa-todo, como sus competidores, y eso obliga a romper ciertas normas de lo que entre sus filas se consideraba decoroso. Su handicap principal es el electorado urbano, que se le resiste. Eso puede deberse a causas profundas, pero no cabe duda de que el BNG colabora a ello proponiendo candidatos que son, a veces, manifiestamente antipáticos. Es como si jugase a ser un partido sádico a la búsqueda de electores masoquistas.

Ahora bien, Anxo Quintana ha de proceder con mucho tiento. Si se pasa de rosca, si la reorientación que propone fracasa en las urnas, si sus electores se ven decepcionados o traicionados, las consecuencias serán devastadoras tanto para sí mismo como para los nacionalistas. Significaría la pérdida de la última oportunidad de que pesen en la definición del futuro del país. Lo que está haciendo Quintana no es exactamente inédito -es una variante de la política de una parte del PG y de la ORGA- pero su pragmatismo, su voluntad de pegarse al terreno no casa bien con un nacionalismo que desde la transición contrapesaba su ineficacia y falta de peso con alardes de gran retórica.

Tal y como los partidos socialistas europeos pasaron de la revolución a la reforma, el BNG está abandonando su pasado furibundo para hacer de manera silenciosa e implícita su propio Congreso de Bad-Godesberg. Lo que los nacionalistas buscan es formar parte del establecimiento local, y generar su propia tecnocracia, lo que ya han empezado a conseguir. Es una novedad, dado que durante veinte años carecieron de poder salvo en ciertos pequeños pueblos. No deja de ser una ironía que esa marginalidad respecto al poder componga la fotografía actual del PP y que parezca que esa imagen va a perdurar por mucho tiempo salvo que, precisamente, se sitúe en condiciones de pactar con los nacionalistas.

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