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Reportaje:

La vista no es la que trabaja

El ciego Manuel Fernández corrió como copiloto en el rally de clásicos de Ourense

"No hay mal que por bien no venga, la verda". Lo dice rotundo el orensano Manuel Fernández Fernández, de 44 años y ciego desde los 26. El sábado pasado se convirtió en el primer copiloto del mundo con una invidencia del 100% que participaba en un rally oficial. Pero él le quita mérito.

Fernández se subió en Ourense a un Ford Escort mk2 de 30 años de antigüedad que pilotaba su sobrino José Fernández para participar como copiloto en el primer rally de coches clásicos (de más de 25 años) Milenium, que organiza la escudería Ourense Motorsport. El invidente llevó el control del libro de ruta y le fue cantando a su pariente las distancias, las tablas de tiempos, las medidas horarias y las señalizaciones aferrado a un innovador aparato de Braille con sonido. Así durante 140 kilómetros de un circuito cerrado entre los pueblos orensanos de Amoeiro, Punxín, San Amaro, Cenlle, Maside, Vilamarín, A Peroxa y Coles.

Manuel nació ciego de un ojo y perdió la visión en el otro en un accidente
Tío y sobrino compitieron contra sus mujeres y fueron los decimoséptimos

"Pero, oye, yo no quiero ser abanderado de nada; yo sólo quiero pasármelo bien, hacer lo que me gusta. Y me vuelven loco los rallyes", replica cuando se le menta la hazaña. Su hoja de ruta estaba metida en un disquete grabado en sono-Braille que le dictaba las instrucciones a través del pinganillo que se colocó en una oreja para no distraer al piloto. En la otra, un auricular para amortiguar el sonido del coche cuando le indicaba la ruta.

Manuel Fernández no quiere ser abanderado de nada, pero va a por todas. "Pues claro que me presento para ganar, para eso compito", sentencia tras explicar las características de una carrera de regularidad en la que no gana el que más corre, sino el que lleva una velocidad más constante a lo largo de los 140 kilómetros de recorrido.

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El copiloto orensano es un independiente. Un autodidacta incluso en la ceguera. No quiso integrarse en la ONCE , "aunque reconozco que hace una gran labor social, no es para mí", puntualiza, ni quiere que su familia esté pendiente de él. "Ni hablar. Quiero autonomía total", indica el amante de las carreras -está dispuesto a participar en una de velocidad- y delegado de una mutua laboral en Ourense.

En su empeño por hacerlo todo por sí mismo aprendió el Braille por su cuenta. Como todo. Ahora estudia entusiasmado los 500 folios de instrucciones de la PDA (teléfono y ordenador de mano) adaptada y "muy avanzada" que se ha comprado, pese a que aún no se le han enviado.

Fernández conoce la adversidad, pero se crece en ella. Nació ciego de un ojo y perdió la visión del otro por dos veces. La primera, en una discoteca de O Carballiño, siendo un chaval. Alguien lanzó un trozo de limón y le alcanzó a él en el ojo sano, provocando un desprendimiento de retina. Recuperó la visión tras someterse a una operación en Madrid, pero siete años después su padre lo echó de la cima de la escalera de mano desde donde arreglaba un foco en la empresa familiar. "Sal de ahí que ya lo hago yo; no te vaya a caer el foco en el ojo bueno", le indicó.

Él bajó disciplinado, sujetó la escalera y acabó cayéndole precisamente en ese ojo bueno el foco que manipulaba su padre. "Una fatalidad, pero aquí estamos: es cierto que cuando pierdes un sentido agudizas los otros; no pasa nada", sentencia lleno de ánimo el luchador. Perdió la visión por completo pero aumentó a cambio la memoria y "sobre todo la intuición". Se repuso. Encontró un buen empleo y construyó un hogar: mujer y dos hijos, "estupendos los tres".

Ella, Mari Figueiral, le plantó cara el sábado. Se subió al volante de otro Escort, un mk1, con Isabel Boimorto, la mujer de José, como copiloto en el mismo rally, en el que competían 49 coches. Ellas quedaron en la posición 42 y sus maridos en la 17 "por un exceso de confianza".

El intenso sudor que los cocía, un despiste en Cornoces, "una zona que me conozco de memoria, por eso me confié y tuvimos que hacer un trompo", y extraños episodios como el de un paisano que no les dejaba pasar "e incluso amenazó con sacar una escopeta", les arrebataron las primeras posiciones.

"Las chicas no tenían la más remota posibilidad de ganarnos", explica Fernández entre risas cuando se le sugiere la posibilidad. "Es que estábamos dispuestos a hacerles trampas si fuera necesario", bromea.

La experiencia fue completa para todos. Tío y sobrino están dispuestos a repetir y ya avanzan que si les sale patrocinador se apuntan sin pestañear al campeonato de España en esta misma modalidad en la que la vista del copiloto (o, en su defecto, los sentidos alternativos que salen disparados a cubrir este vacío) es habitualmente la que trabaja.

El copiloto repite convencido que "no hay nada que no se pueda conseguir en la vida si realmente se desea; de eso no hay duda: mi propia experiencia lo demuestra".

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