Raimon Panikkar, teólogo de la disidencia
Propugnaba el diálogo interreligioso y el panteísmo
El pensador Raimon Panikkar (así decidió él que se llamaba) falleció ayer en Barcelona, a los 91 años. Había nacido en esa misma ciudad en 1918, hijo de un ingeniero hindú que se afincó en ella. Hay un personaje de La Regenta de Clarín que cuando llega al casino dice siempre: "¿De qué se habla que me opongo?". Raimon Panikkar era así: un pensamiento en constante oposición. Rizando el rizo se podría decir que se oponía al propio hecho de oponerse, porque lo que de verdad buscaba era el diálogo, el acuerdo, el entendimiento. Entre los hombres, por supuesto, pero también de estos con los dioses, si acaso existen.
Muy joven conoció a un sacerdote que entonces se llamaba José María Escrivá: el fundador del Opus Dei. Se alistó en la orden y afirma su hermano Salvador Pániker (la diferencia de apellidos es voluntad de ellos) que fue quien implantó el colectivo en Barcelona, captando a figuras como Valls Taverner o López Rodó.
Frontera del conocimiento
Panikkar estudió Química y Filosofía (esta última, probablemente, por influencia de un sacerdote llamado Ramón Roquer) y se doctoró en ambas, además de en Teología. Tanto sus estudios científicos como los filosóficos tratan de establecer las fronteras del conocimiento, para diluirlas. En los años cuarenta y primeros cincuenta, antes de instalarse en Roma, primero, y en India, más tarde, funda la revista Arbor, vinculada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero controlada por miembros del Opus. Era un intento de abrir la filosofía española a algo más que la religión, aunque el predominio de los pensadores católicos que tendían a ver la filosofía como "esclava de la teología" representó una fuerte cortapisa para según qué empresas. Tras la marcha de Panikkar, el secretario de redacción de la revista sería Rafael Calvo Serer, entonces miembro también del Opus Dei.
La actividad por libre de Panikkar en India, ya ordenado sacerdote, resultó muy incómoda para el Opus, que acabó quitándoselo de encima con malas maneras, cuentan sus allegados, y "dejándolo tirado". Lo que no deja de ser una forma de hablar para un hombre de sus recursos que, tras unos primeros movimientos indecisos, acabaría como profesor de Historia de la Religión en Harvard y Santa Bárbara.
En los últimos años se había instalado en Cataluña, donde realizaba una tarea de difusión de sus ideas, basadas en un cierto panteísmo y, sobre todo, en la voluntad de diálogo intercultural e interreligioso. Decía misa con regularidad y lo visitaban estudiosos del pensamiento en su onda disidente de todas las disidencias. Participaba en coloquios, en radio o televisión, y llevaba la dirección de tesis doctorales.
Si años atrás decidió adaptar la grafía de su apellido paterno (el materno era Alemany), ya retirado en Cataluña decidió catalanizar el Raimundo original y convertirlo en Raimon, como una muestra más de su voluntad de integración con el entorno inmediato, con la historia personal y, a través de la individualidad, con el universo entero.

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