Robert Segura, dibujante de tebeos de la época Bruguera
Fue el creador del solterón Rigoberto Picaporte, su personaje más popular
No forma parte del imaginario de la generación de la novela gráfica, pero hizo pasar horas inolvidables con sus viñetas a los adeptos de los tebeos de la Editorial Bruguera. Robert Segura (Badalona, 1927) falleció el pasado jueves en Premià de Mar, población barcelonesa en la que residía desde hace años. Allí, muchos domingos se le podía ver en la playa pintando con un grupo de amigos.
Precisamente la pintura, sobre todo la acuarela, fue su dedicación favorita tras el descalabro de Bruguera, que en su época de esplendor había creado una escuela comiquera a la altura de las que se daban en Francia o Bélgica, aunque nunca gozara del mismo prestigio internacional. Segura, guionista de gran mordacidad y dibujante de trazo inquieto, merece ser citado junto a los grandes del humor porque su trabajo siempre estuvo a la altura del de Ibáñez, Escobar y Vázquez.
El autor tuvo una vocación muy temprana y a los 14 años ya estaba matriculado en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona. Después de alguna colaboración puntual en la prensa, se integró en los añejos estudios Macián, que se dedicaban artesanalmente a la producción de series de dibujos animados.
Fue el entrenamiento necesario para acceder a la que sería su gran casa, Bruguera, donde desarrolló su brillante carrera de historietista. De aquella época datan sus personajes más memorables, especialmente Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte (1957). Segura consiguió trascender los estereotipos más facilones con mucha ironía y el pobre Rigoberto, eterno perdedor, es un buen ejemplo de su envite. Más maduro que joven, el pobre tipo lo tenía cada vez más difícil para casarse con su prometida, Curruquita Cencérrez, a la que siempre acompañaba su madre, la tremenda Doña Abelarda.
Con su apariencia inocente y su tendencia al humor grueso, aquellos tebeos de Bruguera firmados por artistas como Segura supieron ofrecer un retrato tan esperpéntico como certero de la sociedad española de entonces. Pero Rigoberto Picaporte fue sólo una de sus creaciones. En parte, por obligación. Segura perteneció a esa generación de autores que para ganarse la vida con algo de holgura, si lo conseguían, necesitaban trabajar en varias series a la vez. Un esfuerzo brutal que les otorgó, a cambio, una profesionalidad y un dominio del oficio difícil de igualar.
Así, al catastrófico solterón, le siguieron personajes tan recordados como Los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón (1959) o las travesuras infantiles y juveniles que poblaban las páginas de series como La alegre pandilla (1963) o La panda (1969). No obstante, ya empezaban a quedar atrás sus años dorados, que empezaron cuando entró en Bruguera en 1957 para llenar el hueco dejado por maestros como Cifré, Peñarroya, Escobar y Conti, que habían fundado la revista Tío Vivo. Segura fue en cierto sentido un renovador porque prescindió de dejes anticuados y, aunque la sutilidad no era lo suyo, demostró siempre una gran habilidad para retratar situaciones cotidianas. Las familias de sus historietas, por ejemplo, no mostraban la relación fría y severa entre padres e hijos tan recurrente en otros tebeos de aquellos años, sino que unos y otros se trataban con una cercanía más propia de esa democracia que se avecinaba poco a poco.
Los más jóvenes también han tenido oportunidad de disfrutar su obra, porque el año pasado Ediciones B publicó un tomo de Superhumor en la colección Clásicos con una antología de sus mejores personajes. No obstante, su legado merece más, como la de tantos otros grandes profesionales de la historieta que no podemos olvidar.

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