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Necrológica:'IN MEMÓRIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Walterio Carbonell, el cimarrón del orden revolucionario

Me confirman desde La Habana el entierro, el pasado lunes 14 de abril, del ensayista cubano Walterio Carbonell, a quien "maté de un plumazo" o di por muerto hace tres años en un artículo, La belleza del físico mundo, los horrores del mundo moral (EL PAÍS, 10-4-2005). Si la noticia de entonces, desmentida luego a cuentagotas por Internet y por el propio "difunto" en una entrevista -la primera que le autorizaron en más de 45 años-, me conmovió, el error me llenó de alegría. Como pude averiguar después, la información equivocada sobre su fallecimiento tuvo al menos un efecto positivo: sacarlo de la invisibilidad, devolverlo a la vida después de más de cuatro décadas de silencio y marginación. Pues Walterio Carbonell, tras una estancia de dos años para cortar caña en las UMAP (Unidades Miltares de Ayuda a la Producción) en unas condiciones muy similares a las de sus antepasados esclavos, vegetó en un forzado olvido, en un cruel e implacable estatus de muerte civil. Como escribí en el citado artículo -rectificado 17 días más tarde con otro titulado Muerte y resurrección-, el cimarrón del orden revolucionario, el heredero de la rebeldía de sus ancestros mambises, "había recaído en la opresión contra la que éstos entraron"

¿Cuál fue su crimen? El libro Cómo surgió la cultura nacional, impreso en La Habana en 1961, y de existencia efímera, ya que fue retirado enseguida de las librerías. Dicha obra, que reseñé cumplidamente en el ensayo Lenguaje, realidad ideal, realidad efectiva incluido en El furgón de cola (Ruedo Ibérico, 1967) fue adscrita a la corriente negrista, reivindicativa del soporte africano a la cultura de la isla. Su orientación chocaba frontalmente con las tesis del recién creado Consejo Nacional de Cultura, traspuestas mecánicamente del cuerpo doctrinal de Lenin, y fue tildada de desviacionista y asociada con el Black Power norteamericano.

Leídas hoy las páginas de Walterio Carbonell sobre el habla cubana, conservan todo su aguijador interés: si la importación masiva de esclavos por la sacarocracia isleña no alteró la morfología de la lengua, nos dice, y los africanos adoptaron lentamente el uso del castellano, su influencia fue determinante en el campo fónico (seseo, yeísmo, asimilación de las líquidas a la consonante que las sigue, aférisis, síncopas, apócopes, etcétera). Para el escritor ninguneado, la palabra afrocubano es la mejor muestra de escamoteo de la cultura negra: los hispanizantes la emplean como si fueran términos contrapuestos en lugar de ser lo cubano una mezcla de lo africano y lo español.

La crítica de algunos de los padres -blancos- de la patria y la reivindicación del mambís Quintín Banderas no cabían en el marco oficial. Walterio Carbonell pagó un alto precio por su independencia de ideas. La pobreza en la que vivió -de la que tuve noticia por fuentes cercanas a su modesto trabajo en la Biblioteca Nacional- fue el castigo tradicional del poder autoritario a quienes se atreven a pensar por su cuenta. Gracias a mi "metedura de pata", Walterio resucitó y su obra -reeditada en una pequeña tirada de difícil acceso- circula hoy en un blog con su nombre, consultado por numerosos internautas ansiosos de conocimiento y de libertad.

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