La voz de nuestra memoria
Nos encontramos por vez primera en 1975, en el barrio de Torrero (Zaragoza), al amparo de una asociación de vecinos que agitaba las aguas cuando el viejo régimen agonizaba. Ya sabía de ti, de Andalán, de tu hermano Miguel al que había leído. Encontrarte fue como estar frente a un amigo al que conoces de toda la vida, cariñoso a lo aragonés, cercano, tierno...
Te dije cuanto me gustaba tu trabajo, como te admiraba y de un manotazo cambiaste de conversación temiendo que aquello se convirtiera en un merengue. Unos meses después nos encontramos en el Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde 50.000 cantamos contigo el Canto a la libertad.
Te he conocido siempre igual, vertical, inquebrantable. Plantado en el escenario o defendiéndote como gato panza arriba, en el Congreso, frente a las provocaciones de aquellos diputados que aplaudían la intervención en Irak como un solo Aznar.
Tardará en nacer, si es que nace, alguien más pegado a un territorio, Aragón, más resuelto a cargar sobre sus hombros la historia grande y la intrahistoria; empotrado en su paisaje, hombro con hombro con el paisanaje. Indisolublemente unidos para siempre.
Te vi por última vez en tu casa el 28 de mayo, de la mano de Luis Alegre. Había buscado un libro que quería regalarte, Sous le signe de l?étoile rouge, lo hojeaste brevemente y dijiste "Me va a gustar".
En este oficio de cantar nuestro, ya sabes, uno encuentra de todo, meteoritos de una sola canción que desaparecen como el humo; cantamañanas dispuestos a transar pagando el gasto de su propio bolsillo; ambiciosos con la ambición dibujada en el rostro; mentirosos compulsivos; envidiosos corroídos por la envidia... Y tú, al que nunca escuché hablar mal de un compañero, con la sabiduría del que sabe escuchar porque siempre está dispuesto a saber algo que desconoce; al hombre libre que no necesita renunciar a nada para tener el afecto de sus contemporáneos. De mayor quiero ser como tú, querido José Antonio.
Víctor Manuel es cantante.
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