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Columna
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Acomplejados

David Trueba

Según las mediciones habituales, la audiencia del antiguo canal CNN+ se ha duplicado tras convertirse en una conexión de 24 horas a Gran Hermano. No sorprende a nadie. Quien crea que el mercado de televisión es un edén plácido está tan desubicado como una anciana puritana en una velada en el chalet de Berlusconi.

Es fruto de la misma deriva que complica la tarea de los profesores en los institutos y que nos deja con casi la mitad de nuestros jóvenes en el paro y sin estudios ni formación. Ante la rotundidad de los números, del nuevo evangelio de los datos fríos, es más valioso que nunca alimentar un criterio propio. De aceptar ese designio económico como la única razón de existir, estaríamos mandando un mensaje bastante incómodo a la sociedad. Ahí es donde comienza, por qué eludirlo, también la responsabilidad de los analistas. Decir que un canal de noticias no tiene la audiencia de un reality no es decir nada nuevo. Lo raro sería lo contrario. Lo importante es darle a cada cosa su espacio y su valor real. Aceptar ese designio es como aceptar que el tipo que regenta un modesto horno de pan cierre para poner un prostíbulo de carretera, que siempre le dará más ingresos, más clientela y más trasnoche festivo que duros madrugones. Aceptarlo es ir a la salida de la universidad, recoger a nuestros hijos y anular la matrícula en la carrera para darles de alta en el gimnasio y que empiecen a reconocer la superioridad de unos buenos pectorales sobre la titulación en bioquímica.

En el libro de Juli Capella Así nacen las cosas se recorre la invención de algunos ingenios que nos han hecho la vida más fácil, desde la pinza de la ropa a la cremallera. En el capítulo dedicado al boli Bic, cuya relevancia fue bendecida por el consumidor, el empresario Marcel Bich ofrece su versión: "En los negocios no se pueden tener sentimientos. Para defenderse uno mismo se tiene que ser fuerte". En una sociedad de consumo, cómo y qué se consume acaba por modelar la sociedad. Puede ser brutal o demoledor, pero el ciudadano no es siempre una víctima, un cordero trasquilado, sino también el verdugo. ¿Cuál es entonces el papel del Estado?

Continuará...

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