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Cosa de dos
Columna
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Árbitros

¿Será la herencia de los hidalgos? Tal vez sea un desatino echar las culpas a aquella antigua casta de nobles famélicos, desesperadamente agarrados al honor y al reconocimiento de los convecinos. Pero si no es esa herencia, ¿qué es? Porque el afán de notoriedad está ahí, a la vista de todos. Y no es un fenómeno restringido a una profesión. Abunda en todos los ramos, aunque a ellos se les note de forma especial.

Hablamos de los árbitros de fútbol. Canal +, la cadena de pago de PRISA (que edita este periódico), estrenó ayer un documental titulado El árbitro. Se trata de un trabajo espléndido, que se reemitirá varias veces y que no deberían perderse ni el aficionado al balón ni el aficionado a la sociología recreativa. Quizá porque uno de sus autores, Justin Webster, pertenece a la escuela periodística anglosajona, el documental es sólo eso, un documento de imágenes y sonidos, sin truco ni comentarios: se ve y se escucha, y con eso basta.

Habrá quien se divierta con los diálogos del árbitro con sus asistentes y con los jugadores, o con la preparación previa, o con la impagable visita del presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, al vestuario de los colegiados (dicen que en esa escena se cortó el momento del regalito, el "detalle" que los clubes suelen tener con los árbitros).

A mí me llamó la atención que el árbitro que se prestó al juego, Miguel Ángel Pérez Lasa, asumiera con toda naturalidad su condición de hombre importante, o famoso. Pérez Lasa dice, en un momento del programa, que la notoriedad como árbitro le ayuda en su otro oficio, el de vendedor de equipamiento doméstico. Creo que ésa es la clave. El árbitro español, a diferencia de otros, valora en grado sumo la notoriedad. Y se la trabaja a conciencia, según se comprueba en los pasajes del documental filmados en pleno partido.

Ay, la notoriedad, el mal hispánico. La popularidad, aunque sea negativa: es la adicción de los secundarios del fútbol (presidentes, árbitros...), pero también la del corrupto del "Jaguar", el criminal imberbe o el político incompetente. Prefiero pensar que todo viene de la tradición hidalga. Porque si no, la única explicación posible es que somos así de tontos.

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