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Columna
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Aspirantes

David Trueba

En una ocasión, Kennedy invitó a la Casa Blanca a un nutrido grupo de Premios Nobel. En el discurso de bienvenida reconoció que en ese comedor no había habido nunca tanto talento reunido desde la última vez en que Thomas Jefferson cenó allí solo. Puede sonar a frase ingeniosa, pero es imposible no recordar la grandeza de Jefferson cuando uno se traga otro de los debates, sanamente numerosos, entre los cuatro candidatos republicanos que optan a ser cabeza electoral. Se parecen tanto los cuatro aspirantes en altura intelectual y profundidad moral al autor de la Declaración de Independencia como una sandía se parece a un grano de caviar.

Rick Santorum tiene algo de Mitt Romney desteñido. Si finalmente es el elegido, lo será porque supera el escrutinio público con resultados menos turbios que su oponente mormón. Ron Paul es el más divertido y desprejuiciado. Explota sus pocas posibilidades reales para volar más grácil que el resto, menos encorsetado. Defiende que Estados Unidos tiene que despreocuparse por la política exterior, pero de cada dólar que el país gasta en seguridad y presencia en el mundo, recupera 10 en influencia comercial, cultural y política.

Newt Gingrich está curtido en los medios y, en el muy conservador Estado de Carolina, ha girado la tortilla a su favor. Favorecido por la penalización católica a Romney, ha superado los ataques oportunistas de una de sus exmujeres y lo ha girado hacia una ácida crítica contra la CNN. Su resultado parece más una expresión de la incapacidad republicana para dar con un buen candidato. Reta a Obama para reproducir los debates entre Lincoln y Douglas, donde, claro, él sería un republicano como Lincoln, otra triste comparación. Se apropia, en su derechismo agrio, de los contornos de una indignación general que no pasa de ahí, de ser un ánimo destructivo, que favorece la aparición de oportunistas populistas. Pero no es lo mismo lucir en los medios con su hablar fuerte que transmitir capacidad de organización, mando y seducción. Su discurso suena a médico que no se aplica a sí mismo la medicina que recomienda con el mismo rigor que al paciente. Los cuatro suenan a producto de consumo interno republicano. Sus altibajos en las primarias delatan más dudas que certezas.

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