Cajas
No hay derecho. Lo que cobra esta gente es una miseria, si tenemos en cuenta lo mucho que se les exige. Mientras Obama se queja de los sueldazos de Wall Street, nosotros, en España, damos al mundo ejemplo de austeridad. Ahí tienen a Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, y a José María Barreda, presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, arreglándoselas con menos de 80.000 euros al año. Y ejerciendo además como políticos, cuando su ingente trabajo financiero se lo permite.
Había que verles en el Telediario vespertino del lunes, defendiendo lo suyo con gallardía. Cuando digo lo suyo me refiero, obviamente, a las cajas de ahorros. Barreda se quejó de que la andaluza Unicaja no hubiera querido fusionarse con la Caja Castilla La Mancha, y Chaves le respondió que Unicaja se había limitado a proteger los intereses de sus dueños, los impositores. Esto último de los impositores hay que interpretarlo, supongo, como una licencia poética.
Es una suerte disponer de políticos y de partidos tan polivalentes. No sólo representan al ciudadano en los diversos parlamentos e instituciones políticas: representan también al ciudadano en los órganos judiciales, en los consejos de las televisiones y otras corporaciones públicas, y, además, representan al impositor en las cajas de ahorros. Nos ahorran una tremenda cantidad de trabajo. Y así nosotros, los ciudadanos, podemos dedicarnos a disfrutar de la vida, sabiendo que lo nuestro queda en buenas manos.
Habrá quien diga que las cajas de ahorros están dejando de ser una peculiaridad del sistema financiero español para convertirse en una perversión del sistema político. Como habrá quien se queje de la partitocracia rampante. Nada, los resentidos de siempre. Basta con observar el afán con que Esperanza Aguirre pelea para defender al impositor de Caja Madrid, o la energía con la que las dos facciones del PP valenciano velan por los impositores de sus respectivas cajas, o la convicción con que Barreda afirma que la gestión en la Caja Castilla La Mancha fue impecable, para que a uno se le caldee el corazón.
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