Cambios
Podemos habituarnos a cualquier excentricidad, basta con que se popularice. Lo del desayuno, por ejemplo: muchísima gente consume una infusión hecha con los frutos de un exótico arbusto rubiáceo y le añade las secreciones de una glándula vacuna. Nadie se extraña, porque el café con leche es un hábito colectivo. Pasa lo mismo con la televisión. No disponemos los muebles domésticos en torno a una ventana o una chimenea, sino a una pantalla. La sumisión al aparato implica una tremenda sincronía de masas. Millones de españoles asistieron al mismo tiempo a la victoria de Nadal.
Sospecho que ese hábito colectivo está empezando a cambiar. No el del café con leche, ni el de la ocasional sincronización de masas, sino la sumisión al aparato y, al criterio de sus programadores. Hace tiempo que se habla de eso. Ahora percibo el cambio de forma personal. Por primera vez he seguido unos Juegos a través del ordenador y de Internet, eligiendo lo que quiero ver. Si yo, torpe y vago, estoy descubriendo ya las inmensas posibilidades que ofrece una red informática y una pantalla portátil, cabe deducir que el asunto es vox pópuli.
Este verano de crisis puede ser el principio de una era de cambios. Dicen que las estrecheces durarán un buen par de años. Es tiempo suficiente para que cambien cosas. Los analistas, el sentido común y hasta los mismos periodistas señalan a la prensa como una hoja seca a punto de volar con el viento. Todo juega en contra del papel: el coste del soporte y la distribución, la afición del consumidor a confeccionar personalmente su menú informativo... Quizá en poco tiempo el paisaje de la prensa se parezca muy poco al de hoy.
¿Quién sobrevivirá? Suelen sobrevivir quienes son capaces de adaptarse. La adaptación, en este caso, debería pasar por una honestidad rigurosa. El medio que consiga hablar de sí mismo recurriendo a códigos periodísticos, y no publicitarios, tendrá ya un pie en el futuro. Ahora parece una excentricidad, Pero basta con que se popularice.