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Columna
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Cóctel

David Trueba

El ataque contra la sede de la publicación satírica francesa Charlie Hebdo vuelve a recordarnos que el islamismo integrista aspira a tutelar las libertades. Es un olvido en el que caemos por una fatiga extendida a muchas de nuestras otras laboriosas conquistas de progreso. La crisis económica de Europa trae consigo un mayor peligro que el de la bancarrota, es el de pintar como fallidos los inmensos avances de este continente. China nos recuerda que no basta con las cuentas saneadas para tener un espacio de convivencia saneado, pero ahí andamos, peregrinando por los montes de piedad internacionales, dispuestos a dejar empeñados la sanidad pública, la educación universal, la libertad de expresión y hasta el derecho a la risa. El lanzamiento de los cócteles molotov fue consecuencia directa del análisis crítico de esta revista, heredera de la histórica Hara-Kiri, sobre la victoria de los islamistas moderados en Túnez. Al elegir como compañeros de viaje a autócratas y militares, la corrupción terminó por descabezar la posible influencia occidental, y la avidez de las opciones religiosas amenaza ahora la posibilidad de que los países de la primavera árabe alcancen el rigor constitucional y las exigencias democráticas. Hablamos de territorios donde los telepredicadores islámicos copan el espacio más relevante. En Egipto, se impone desde años atrás un fenómeno como el de Amr Khaled, antiguo contable, que practica un discurso moderado, moderno, pero teñido de machismo y represión, seguido por millones en Facebook y en programas de televisión como Mañana es mejor; o Mustafa Hosni, también retirado agente de ventas, que con Escuela de amor se ha ganado la atención de los adolescentes.

Con las armas de los reverendos integristas de la tele norteamericana o efecto del éxito de tantos predicadores en las televisiones latinas, estos líderes de opinión se sitúan entre parrillas cargadas de videoclips sensuales y culebrones, pero predican contra la corrupción moral que esconden programas como el OT local, defienden el uso obligatorio del velo, previenen contra la influencia externa y hablan de un cine limpio donde los actores y actrices no estarían forzados a dejar su profesión por pecaminosa, pero sí a jamás interpretar a personajes que no fueran moralizantes. La perspectiva no es nada fotogénica.

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