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Cosa de dos
Columna
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Descrédito

Enric González

Hace unos años, en 2004, tuvo que ser suspendido un partido de fútbol entre Roma y Lazio, los dos equipos rivales de la capital italiana. Por el Estadio Olímpico circuló la noticia de que la policía acababa de atropellar a un joven aficionado, una "delegación" del público bajó al césped para informar a los jugadores, y todos optaron por irse a casa para evitar males mayores.

Fue inútil que la policía, a través de los altavoces del estadio, asegurara que la noticia era falsa: la gente prefirió creerse a sí misma. ¿Cómo nació aquella mentira? Bastó con que varios grupos de aficionados violentos de ambos equipos, los llamados "ultras", enviaran SMS a otros aficionados e hicieran circular el invento de viva voz por la grada. Querían demostrar que en el estadio mandaban ellos, y lo consiguieron.

Recuerdo aquel episodio cada vez que la comunicación pública desciende un nuevo peldaño hacia el descrédito. Los gobiernos, las instituciones, los medios de comunicación convencionales, sufren una tremenda hemorragia de credibilidad. No hablamos solamente del poder político y de la prensa, o las grandes empresas industriales y financieras: hablamos también de algo tan básico como la escuela. Incluso el prestigio del conocimiento como instrumento de progreso muestra signos de deterioro. Cosas como la falsa bronca a una becaria de La Sexta y su desafortunada utilización en Intereconomía son una simple anécdota, significativa, pero anécdota, en un contexto inquietante: conceptos como verdad y mentira se relativizan.

Mientras la comunicación pública y los canales formativos e informativos tradicionales, que han funcionado como pilares de la sociedad moderna, pierden prestigio y, por tanto, utilidad, surge una nueva fe en la comunicación privada. Ahí está el éxito de Facebook y similares. O el nuevo servicio de Google que informa al usuario, al momento y de forma bastante precisa, sobre la localización de sus amigos. En cierta forma, estamos llevando lo privado hacia el terreno que solía ocupar lo público, y lo público tiende a desplazarse hacia la irrelevancia. Empieza a concretarse algo parecido a un tribalismo posmoderno.

egonzalez@elpais.es

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