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A la parrilla
Columna
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Évole

Juan Cruz

De vez en cuando aparecen en el firmamento de la genialidad humorística española nombres nuevos que llenan las líneas trazadas por maestros anteriores; la mejor escuela es la que marcó el surrealismo, desde Enrique Jardiel y Miguel Mihura hasta Tono, Gila, Rafael Azcona, Tip y Coll, Martes y Trece... En tiempos recientes por esa carretera han fluido nombres como los de Juan Carlos Ortega, Toni Martínez (los guiñoles, a los que él contribuyó en grado superlativo, están en esa fila), Joaquín Reyes, Eva Hache…, y por ahí viene ahora Jordi Évole, que debe su primera aparición en la pantalla a la generosidad de su maestro, Andreu Buenafuente. Évole es, ya todo el mundo lo sabe, El Follonero del programa de Andreu, antes en Antena 3 y ahora en La Sexta.

El maestro atrajo al discípulo a la pantalla, para que se riera de él, y ahora Évole vuela también solo, riéndose de sí mismo y de mucha gente. Su irrupción en la campaña electoral con dos programas únicos, Salvados por la campaña, en La Sexta, lo ha consolidado como un humorista excepcional, capaz de tomarse la realidad a broma sin negarle su importancia, y capaz también de convencer al público de que reír no es atacar o zaherir. Reír es subrayar la solemnidad falsa; los Beatles se reían del anciano solemne en Qué noche la de aquel día. Évole se ríe de los ropajes desnudando, pero no se ríe de lo que hay dentro del ropaje. Simplemente deja que la gente lo vea. En el primer programa hizo un sketch en El Retiro de Madrid que valía por una de esas películas (como La cabina, la genial creación de Antonio Mercero) que de vez en cuando el cine le regala a la historia del humor. La campaña electoral es bronca; a veces es demasiado bronca para lo que se dice, y necesita, como el café fuerte, alguna dosis de leche, y no justamente de mala leche. Évole hace que la risa no sea la mala risa, variante española de la mala leche.

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