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Columna
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Felonías

Carlos Boyero

Me avisan tarde de la fechoría más audaz que han perpetrado las anfetamínicas hienas de Sálvame, superior incluso a la que cometió ese buitre con esforzado estilo de señora sofisticada llamada Ana Rosa Quintana con la debilidad mental de la esposa de un violador de críos. Llego tarde, repito, pero me fío cuando me cuentan que el impúdico Vázquez ha logrado que otra mujer carente de las neuronas más ínfimas, habitante del culebrón con algún familiar de un torero que se llama Jesulín de no sé dónde, padre de la hija de esa Belén no sé qué, que tanto ama el presunto anarquista Segura, ha consentido hacerse en directo el predictor para que la España más inenarrable confirme o niegue si la reivindicativa dama lleva un feto en su vientre.

Aseguran que todo vale si el resultado genera fama y dinero. Ese axioma fue sagrado entre los mercaderes ancestrales, pero los postulados intelectuales y existenciales de la posmodernidad (o sea, los modernos de cualquier época, esos impostores siempre dispuestos a cambiar una piel que nunca ha sido suya si lo aconseja la moda, tan incapaces de crear algo perdurable, tan maquillados para ocultar la nada) también lo hicieron suyo mientras que eso encontrara subvención pública, razones culturales, tirarse el rollo mediante convenientes felaciones al poder.

Entiendo que estar conectado permanentemente con esa ventana al mundo, a esa fidedigna transcripción de la realidad llamada televisión puede hacer sentir alucinaciones a cualquier persona que aspire a la normalidad. Pero, según las encuestas, esto es lo que hay, el gusto popular considera imprescindible para su ocio esta droga tan dura. El difunto Valerio Lazarov hizo modélicamente su asqueroso trabajo combinando en Telecinco esa fórmula infalible, importada de Italia, de sexo más imbecilidad. Paolo Vasile, alguien incuestionablemente inteligente y con un desprecio absoluto hacia los acomodaticios y manipulables gustos de la plebe ha conseguido el éxito absoluto con esa premisa tan lúcida y cínica. Lo peor es que sus competidores en el corte y la adicción a estupefaciente tan salvaje, que son casi todos, le envidian.

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