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Columna
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Frío

Con la claridad aumenta el frío, dice Thomas Bernhard en su divertidísimo libro Mis premios (Alianza). Jesús Calleja, el alpinista que lleva al Himalaya a un grupo de mon-tañeros, muestra en Cuatro que es divertido como ese libro y casi tan filosófico como el esquinado, y genial, escritor austriaco. Vi esta etapa (aún no han llegado al Pico sin Nombre, la inquietante meta final) con la inquietud del espectador de un psicodrama sobre las dificultades de ascender. Ahí hay toda clase de dramas, que trata de resolver el médico pero que siempre caen en manos del jefe de la expedición, el singular Calleja. Una chica, Silvia, muestra señales graves de sufrir el estrés de la ascensión; el médico es implacable: arriba le espera la muerte. Cuando interviene Calleja se lo dice como lo dirían un monje tibetano o Bernhard: con la claridad aumenta el frío, y la chica acepta resignada la voluntad del montañero filósofo. Era ésta una ascensión limpia, hacia la claridad. Pero la tele guarda en su seno el valor metafórico de la parrilla que uno se hace en casa. Y cuando acabó la ascensión de Calleja y los suyos me fui al Canal 24 Horas, de TVE. Ahí había un impagable reportaje de Javier Gilsanz (uno de los grandes periodistas económicos que ha tenido la tele) sobre el encarcelamiento de Mario Conde en 1994. Es uno de esos documentos enlatados que ahora, cuando acaba la ascensión de 2009, se ven en todas partes. Éste tiene una calidad especial, incluso metafórica. Era la crónica de una ascensión. Y en este caso, además, se cumplía el adagio de Berhnard: con la claridad aumenta el frío. La claridad la impuso Luis Ángel Rojo, el presidente del Banco de España entonces. Y el frío le llegó a Conde cuando ya se creía el rey del mambo. Ahora, aquel hombre cuya irresistible ascensión pudo ser domeñada por el frío de la realidad deambula por una de esas teles dando lecciones. Puede darlas, cómo no, pero viendo lo de anoche a uno se le antoja que quizá el frío tenía que haberlo dejado en un humilde silencio. Lo cierto es que cuando se le ve, ahora también, uno no puede dejar de imaginárselo enseñando la lengua en el Parlamento, cuando ya dejó de ascender a los cielos que se hizo.

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