Fuerte y flojo

Hace más de 30 años, el crítico George Steiner anticipó la inutilidad de los espías y la fatuidad de su industria de la información reservada ante la presencia masiva en los quioscos del periodismo de investigación y el cotilleo. Puede que no sospechara que eran los quioscos los que iban a variar de formato hasta convertirse en puestos virtuales que se alzan, no en esquinas concurridas, sino en cada rincón privado, pero su percepción fue absolutamente acertada. La descarga de los telegramas de la Secretaría de Estado norteamericana por parte de la agencia Wikileaks confirma que desde que cayó el telón de acero la guerra fría se transformó en un casino clínico donde los inversores temerarios han sustituido a los turbios espías. La chafardería es algo habitual entre embajadores, la información hoy día es un círculo vicioso donde lo que los periódicos ponen en circulación termina por ser lo que los periódicos revelan tras arduas confirmaciones. Algunos han dicho que mucho material ahora publicado como filtraciones ya se conocía, despreciando el poder de lo escrito sobre lo intuido.
Pero después de unos cuantos días, la sensación más persistente es que sería terrorífico ver a otras Secretarías de Estado expuestas como la norteamericana. Imaginamos los telegramas entre embajadores iraníes, rusos, israelíes, norcoreanos o paquistaníes y damos por hecho que la amigable chafardería tendría más graduación vitriólica. Los norteamericanos al fin y al cabo demuestran ser lo que aparentaban ser. Son otros los que actúan con doble rasero, uno para consumo interno y otro para los tratos con el socio preponderante. De Arabia Saudí a España, descubrimos la ambigüedad. Nuestro Gobierno reclama a los asesinos de José Couso en la prensa nacional, pero en los despachos bendice la impunidad del poderoso. Rajoy se apunta a los foros internautas como el campeón de la descarga libre, pero luego se achanta ante el socio fuerte al que tranquiliza asegurándole que solo trata de rascar algunos votos que le faltan para completar la cuenta. A estas alturas nadie sabe si los telegramas son un zarpazo que dejará cicatrices y recuperará el ánimo periodístico o será tratado como un Sálvame deluxe geoestratégico donde Assange es un Rodríguez Menéndez.
Algo no cambia: manda el fuerte sobre el flojo.
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