_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gafas de sol

David Trueba

La muerte de Kim Jong-il amenaza con terminar con otro de los iconos del siglo XX. El dictador con gafas de sol. Este complemento, más ocultamiento seductor que verdadera prevención, se popularizó en el siglo pasado. El misterio de lo no mostrado se completó así con las gafas de sol, que ocultaban la mirada, quizá el detalle más revelador de una persona. Los dictadores, siempre temidos en vida, aunque ridículos una vez han perdido el poder, también recurrieron a ellas. Kim Jong-il ha sido objeto de burla occidental por las gafas de sol y el secretismo, que tiende a ser un altavoz de las pequeñas miserias y las más peregrinas leyendas.

Conocida su enorme afición al cognac y al cine musical, fue sonado su rapto de un director y una actriz de la Corea del Sur para forzarlos a trabajar a sus órdenes. Pero la caricatura de los ajenos, suele estar acompañada, aunque sea irónico, del terror de los propios. Durante años, el programa de humor Saturday Night Live, especialmente durante los años gloriosos en que contó con la presencia irreductible de John Belushi, colgaba una foto de Franco en su escenario. Anciano y con gafas de sol, el dictador español les producía una hilaridad absoluta, hasta el punto de que envuelto en los contornos de nuestro sello de Correos lo utilizaron como portada de su primer libro de antología. Una vez muerto, no les costó demasiado trabajo sustituirlo por Pinochet, vestido de militar, pero también con gafas ahumadas, esas que le conferían aspecto de malo de película de dictadores latinoamericanos. Lo cual confirma que a veces el aspecto sí puede ser el rasgo más definitorio de alguien.

Sin Gadafi y sus estrafalarios complementos, la muerte de Kim Jong-il, elogiado por el gobierno chino, acorta la lista de mandatarios icónicos. Como cuando sucedió a su padre, las incógnitas son absolutas, vueltos a mirar la actitud de los militares locales, poseedores de la bomba atómica y por tanto escrutados con pavor por los ojos de la humanidad. Con el tiempo comprobamos que lo que habitualmente derrumba las dictaduras es lo mismo que las crea. Las penurias económicas tanto preparan el terreno a los populismos dictatoriales como agrietan los regímenes autoritarios.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_