_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Glee'

David Trueba

A la gente nos gusta cantar. Y como a la gente nos gusta cantar y por lo general cantamos fatal, nos atraen mucho los programas donde la gente que canta tan mal como nosotros se atreve a hacerlo en público. Por eso han triunfado desde programas de niños cantando o freaks cantando, hasta karaokes de famosos y trampolines a la fama canora con voces imposibles. Todo esto se solucionaría si en España hubiera más tradición del coro escolar. Pero los latinos tenemos un sentido del pudor tan exacerbado que aún nos cuesta disfrutar de algo si pensamos que los demás pueden reírse de nosotros. Craso error. Al contrario de lo que la gente piensa, el primer paso para aprender a reírte de ti mismo es que los demás se rían de ti. En Estados Unidos, el coro escolar, los glee, son una tradición tan asentada como los estudios para cheerleader. Estoy seguro de que muchos jóvenes y padres de jóvenes van a disfrutar con la serie que ayer estrenó Fox, precisamente llamada Glee.

En ella se cuenta la peripecia de un profesor de español, que no habla papa de español, pero que quiere revivir el alicaído coro en el que él triunfó cuando era estudiante. Los pocos chavales adscritos al club tendrán que competir con el pérfido equipo de animadoras y su entrenadora nazi. Lo harán desde el defecto, la carencia, hasta la minusvalía, pero siempre la belleza interior. La serie contiene la dosis de rareza dentro de la blandura suficiente para hacer agradable la mirada. El instituto McKinley, con recortes presupuestarios, está lleno de profesores y alumnos bordeando lo grotesco, como si al clásico mundo de Disney, tipo High School Musical, le hubieran dado un par o tres pinceladas en el guión los hermanos Farrelly, con su humor inconveniente. Por desgracia son sólo pinceladas, pero agradecibles.

Al avanzar la serie, el director del coro lidiará con su esposa aparentemente embarazada y obviamente estúpida. Bordeará el romance con una colega que sufre el síndrome de la limpieza y huye de cada germen como si el diablo tuviera la forma de microbio. Y en colaboraciones salteadas, el gran secundario Stephen Tobolowsky pondrá un poco de locura camp interpretando al anterior director del coro apartado por toquetear a sus alumnos.

Recibe el boletín de televisión

Todas las novedades de canales y plataformas, con entrevistas, noticias y análisis, además de las recomendaciones y críticas de nuestros periodistas
APÚNTATE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_