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Cosa de dos
Columna
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Las empresas de comunicación (periódicos, televisiones, editoriales y demás) lanzan con frecuencia un mismo quejido: Internet, dicen, no da dinero. Quieren decir, evidentemente, que Internet no da todavía a esas empresas el dineral que daban, y ya no dan, los anuncios a toda página o en el prime time televisivo.

Eso es cierto, pero sólo hasta cierto punto. Internet ha proporcionado billones a quien ha sabido espabilarse. Ahí tienen a Google, una empresa fundada hace 10 años y cuyos dos principales servicios, el buscador y el correo electrónico, resultan gratuitos para el usuario. Google tiene ahora en caja 16.000 millones de dólares, que serán 21.000 millones a fin de año. La gracia del asunto consiste en que no saben qué hacer con ellos, porque no pueden comprar empresas de su mismo sector, no les interesa meterse en terrenos que no conocen y, hasta la fecha, no han repartido dividendos a sus accionistas.

Dejando Google como caso aparte, parece evidente que el universo digital, cuya vocación de gratuidad y low cost provoca urticarias en los empresarios tradicionales, ofrece inmensas posibilidades. La reconversión de la industria de la comunicación ha coincidido, como todas, con una época de crisis, lo que dificulta el tránsito de un modelo a otro. Habrá empresas que desaparecerán y otras, las que resistan, volverán a forrarse dentro de unos años, gracias a nuevas herramientas maravillosas.

Lo curioso es que sea el ramo más viejo de la comunicación, el del libro, el que esté abriendo nuevos caminos. Amazon ya tiene el Kindle, un soporte para la lectura digital (muchísimo más cómodo que la pantalla) que pesa 300 gramos y costaba hasta ahora unos 400 dólares. Este mes lanzará un nuevo modelo por menos de 380 dólares, con más autonomía que las actuales 30 horas. Sony prepara un aparato similar que costará menos de 300 dólares. Si el ritmo es similar al que siguió el teléfono móvil, dentro de nada el soporte de lectura será prácticamente gratuito y pagaremos poquísimo por los libros y nada por los periódicos. La publicidad se ocupará del resto.

El problema, como siempre, consistirá en escribir buenos libros y buenos periódicos. Un problema peliagudo, pero tan viejo como el alfabeto.

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