Guerra
Muere Ted Kennedy y se habla del fin de una saga. En las televisiones y los diarios digitales se ilustra el asunto con imágenes de los tres de Camelot: el presidente John, el fiscal general Bobby, el entonces joven Ted. La información gráfica no incluye en la saga al primogénito, Joseph, para quien el padre, Joe senior, había trazado el camino hacia la presidencia. Es normal: Joseph, llamado Joe, desapareció cuando el apellido Kennedy sólo se relacionaba con el patriarca de la familia, es decir, con la especulación bursátil y el contrabando.
Joe Kennedy, igual que su hermano John, combatió en la II Guerra Mundial. Era piloto y se alistó como voluntario en una misión altamente peligrosa: consistía en cargar un avión con explosivos y lanzarlo contra una base nazi en territorio francés, saltando en paracaídas en el último momento. El avión de Joe estalló en el aire el 12 de agosto de 1944, sobre las costas inglesas. Su cuerpo nunca fue recuperado. En aquella última misión, el avión que seguía al de Joe era pilotado por Elliot Roosevelt, uno de los hijos del presidente Franklin Delano Roosevelt. Elliot fue un borrachín que dedicó el resto de su vida a dilapidar la fortuna familiar y a montar negocios fraudulentos. Sin embargo, allí estaba aquel día de 1944.
Eran tiempos en que los políticos mandaban a la guerra a sus propios hijos. La perspectiva había de ser forzosamente distinta. Menos sencilla que ahora.
La profesionalización del ejército se contempla como una conquista social. Lo es, pero sólo para ciertas clases sociales. La propia palabra, "profesionalización", resulta engañosa: encubre en la práctica la proletarización de la guerra. Las élites ya no tienen que combatir. En primera línea de fuego se encuentra la gente más pobre (con abundancia de inmigrantes) y con menos alternativas laborales. Gente cuyas familias carecen por completo de poder de decisión. Gente obligada a callarse y aguantar. Es como los contratos-basura: progresismo contemporáneo.
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