Guiones

Creo que puede considerarse ya oficialmente confirmado: en España, además de una industria frágil, una excesiva dependencia del turismo, un sistema educativo ineficiente y un debate político zafio, tenemos un problema con los guionistas. Los hay, y buenos. Por debajo de Rafael Azcona, el patriarca fallecido, existen personas capaces de hacer cosas interesantes a precios imbatibles. Digo imbatibles por no decir miserables. En un reportaje publicado hace un año en este periódico, Rocío García revelaba que Sergio Sánchez, guionista de El orfanato, había cobrado 30.000 euros por su trabajo: como para retirarse. Con estos presupuestos, no es extraño que el sector flaquee. Y que la mayoría de las series españolas se ahoguen en su propio relato.
¿Han visto True blood? La emiten en el Plus, el canal de pago de PRISA, grupo editor de este periódico. Si no están abonados y les sobra algo de dinero, consideren la posibilidad de apuntarse. Si les sobra una cantidad notable de dinero, consideren la posibilidad de comprar el canal entero: está en venta, todo incluido. Supongo que si eres el dueño te dejan verlo gratis y, además, tomar copas con Robinson.
A lo que íbamos. La idea argumental, basada en la convivencia pacífica de mortales y vampiros gracias a que éstos se alimentan de sangre sintética, me interesa tanto como las técnicas de cultivo cerealístico en Bielorrusia. La verdad es que tampoco me interesaban los intríngulis de trastienda del negocio funerario, hasta que vi el primer capítulo de A dos metros bajo tierra. Alan Ball, el mismo guionista que creó esa serie, consigue ahora idéntico prodigio con True blood. Les aseguro que la serie, nacida en la factoría HBO y ya con segunda temporada en marcha en Estados Unidos, engancha de mala manera. No hay secreto: más que una buena historia (eso aún está por ver), se trata de una historia bien contada. Algún día, espero, también los periodistas nos convenceremos de que cualquier noticia puede ser una gran noticia, si está bien contada.
Dicho esto, cabe confiar en que la próxima serie de Alan Ball permanezca del todo ajena a la producción cerealística bielorrusa.
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