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Columna
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Infanticidio

David Trueba

La decisión de la Academia de Cine de impedir que los menores de 16 años compitan al Goya podría enmarcarse dentro de la ola de salvaguarda paternalista en que vivimos. Como nadie se atreve a decirle a la gente que vota mal, se redirigen sus decisiones de manera indirecta, para que no se equivoque tanto. También en las decisiones políticas sería preferible que no se eligieran cargos imputados, políticos corruptos o xenófobos, discursos violentos y racistas o representantes con 75 cuentas corrientes. Quizá que el resultado de las urnas les premie es un indispensable termómetro de la salud del país. La ocultación no es nunca una ventaja, sino un problema que crece en sombras, sin recibir el tratamiento público que merece.

La Academia de Cine vela en este asunto de menores, cosa que el deporte jamás se ha atrevido a hacer con la explotación precoz. Pero la razón esgrimida es que los premios pueden condicionar el desarrollo personal y profesional de alguien aún inmaduro. Por esta regla de tres no se le debería dar un premio a nadie que no presentara un certificado de madurez concedido por un psicólogo clínico. Esto podría afectar a varios ganadores del Nobel y a no pocos premiados con un Óscar. A cuántos de ellos el premio arruinó su futuro, incapaces de convivir con esa cosmética consagración profesional. En general los premios son la representación para un mundo infantilizado del éxito y el logro profesional, virtudes mucho más discretas, íntimas y personales que una ceremonia pública con votación incluida. Los premios son la estrategia para ocupar espacio en unos medios que cada vez funcionan más gracias a impulsos propagandísticos. Fomentan el infantilismo.

Conocí a un actor eminente que al rodar con un niño de increíble talento natural vio el peligro de quedar deslucido y por debajo de la mesa le daba patadas, le pisaba y le cambiaba el orden de las frases para que el chaval perdiera la concentración. ¿Quién se comportaba como el niño? No sé si esta decisión académica tiene algo de codazo para empujar a los niños fuera de plano. Pero el cine siempre fue un circo acogedor para niños, animales, marginados, ovejas negras, chalados y excéntricos. La gente con maduro raciocinio se decantaba por oficios más respetables.

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