Julia, la dulce

Pretty woman es una película modélica porque funde géneros sin ningún tipo de pudor; en la historia se encuentran al mismo tiempo los argumentos propios de los cuentos de hadas clásicos con la comedia romántica con tintes sociales. Todo eso corresponde a una época en que Hollywood hacía comedias que no eran ni sensibleras ni pedantes y que desgraciadamente ya no se hacen. Además, cuenta con una eficaz estructura de guión y unos personajes muy próximos a la vida real.

Por eso es imperecedera y por eso sigue conectando con el espectador. Y también porque refleja unos personajes que, 21 años después de su estreno, están a la hora del día. Él es un tiburón que se mueve sin escrúpulos por el mundo financiero. Ella es una prostituta inocente que recuerda al papel que la inmensa Shirley McLaine bordó en Irma, la dulce. Los dos pertenecen a mundos antagónicos, pero cada uno ejerce de Pigmalión del otro. Así que Vivian consigue que Edward se convierta en un ser humano y que reconozca que sus negocios no dejan de ser otra forma de prostitución. Él, por su parte, logra que recupere su dignidad como mujer. Todo este entramado está tratado desde la comedia sin pretensiones profundas pero sin trivializar; con humor y con un sentido de la realidad que logra que la audiencia se emocione, disfrute y se ría con muchas situaciones, sin olvidar que se trata de un producto comercial, con un guión en estado de gracia por el que no pasa el tiempo. También destaco el gran trabajo de unos secundarios excelentes, como Héctor Elizondo y Jason Alexandre, y un puñado de escenas magníficas, como la de Rodeo Drive, adonde Julia Roberts va de compras.

Manuel Gómez Pereira es director de cine (¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, El amor perjudica seriamente la salud o El juego del ahorcado).