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Columna
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LOCURA

Juan Cruz

Los que tenemos sed de Mad men, es decir, los que padecemos la ausencia de esa serie sobre los inicios de la locura de la publicidad, celebramos estos días como una victoria sentimental la reposición de capítulos antiguos en los que la creatividad y el delirio son manejados como espuma por guionistas fantásticos.

Es tan reciente ese delirio de la publicidad, que ya marca el siglo como lo marcó el cine, que el sábado pudimos ver que aquellos adelantados que se debatían entre la mezquindad y el genio acababan de descubrir que tenían que poner en sus organigramas a alguien que viera la tele. Por si acaso.

Fue una argucia bien precisa de los guionistas. Se había producido en el ámbito de aquella casa de locos publicitarios un ligue entre un creativo rival y una ambiciosa creativa de la casa. Las consecuencias azarosas del encuentro fueron a coincidir con la noticia del asesinato de John F. Kennedy en Dallas. El encargado de seguir la tele porque ese nuevo medio iba a ser algo en el sistema fue requerido por un compañero rabioso por su despido a que apagara aquel aparatejo. En ese preciso instante la tele explicaba, con estupefacción, que una bala segó la vida del ya legendario presidente norteamericano.

Saltó por los aires todo. Y los precisos guionistas de Mad men hallaron materia más que suficiente para excitar su propia pituitaria histórica, animando así, también, la pituitaria de todos nosotros. No hay nada que excite tanto como ver cómo se contó lo que ya sabemos; de ahí (y de otras cosas, claro) el éxito de Cuéntame cómo pasó o de esos excelentes recordatorios que hace TVE-1 en sus telediarios. Este episodio de Mad men tuvo además la virtud de mostrarnos llorando a aquel genio de la información televisiva que se llamó Walter Cronkite. El llanto es materia suficiente de emoción en la vida y por tanto en las teles, pero cuando llora alguien de esa estatura uno se levanta del asiento, mira, es como si la historia volviera en directo.

Claro, se paralizó el mundo. Y los guionistas aprovecharon la parálisis universal para parar también las diversas crisis (sentimentales, laborales) con las que se había iniciado el episodio. La vida tenía que seguir, pero Mad men fue capaz de cortarnos la respiración. De nuevo.

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