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Columna
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Llamas

Carlos Boyero

Gaspar Llamazares encuentra lógico que muchos votantes de izquierda hayan abandonado a los laboristas, a un partido que en los últimos años ha traicionado sus principios realizando una política de derechas. Es probable que Tony Blair haya leído a Shakespeare, mientras que la cultura de Bush no debe haber sobrepasado la embelesada adicción a los tebeos del Capitán América, pero su visión del mundo, además de la solidaridad para arrasar Irak escudándose en una planificada mentira, imagino que es similar. Etiquetar la política que hizo Blair de progresista sólo puede obedecer a una broma de mal gusto. Lo que me sigue sorprendiendo es que el personal no desfallezca en ese acto tan democrático de depositar su voto y su confianza en alguien, que no reine una enorme y escéptica abstención o millones de condenatorios votos en blanco. Y te planteas no ya dónde está la izquierda o para qué sirve, sino tan sólo la existencia de gente sensata y legal, cuando ves cómo se eterniza en la jefatura del Estado un individuo transparentemente siniestro como Berlusconi. O la tolerancia absoluta de los Gobiernos con la delincuencia económica de los que han provocado este infierno y jamás se van a quemar.

Debe de haber mucha gente en España en posesión de flotador ante el sálvese quien pueda. No ya los escandalosa o moderadamente ricos que incluso se permiten la desvergüenza de constatar que ha llegado el Apocalipsis cada vez que les acercan un micrófono. Tampoco padecerá de insomnio el intocable funcionariado, ni pasará miedo la nómina mensual de los que viven de la política (en ese realista tema no hay diferencias ideológicas), ni esa caricatura de sindicatos a los que compensa cerrarles la pragmática boquita a base de talones. Pero los que constatan que su paro se acaba o los que tienen el profundo mosqueo de que, en breve tiempo, van a engrosar esas filas, los que perciben con terror el desfallecimiento de sus ahorros y los que saben que su futuro es una abstracción muy negra, pueden abrazar la causa de los desesperados e incendiar las calles.

Y el salvajismo no admite reglas. Que se lo cuenten a esos tres desgraciados griegos que fueron asfixiados por los cócteles molotov. Por ir a currar al banco en una huelga general. Los dueños, por supuesto, no estaban dentro.

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