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Columna
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Micro y calle

David Trueba

A juzgar por los insultos que ha recibido El Gran Wyoming en la prensa más conservadora, la campaña satírica de su programa, El intermedio, en la que se recogían fondos para contribuir a la captación de dinero del canal Intereconomía ha sido todo un éxito. Wyoming, desde hace años bestia negra de un sector radicalizado de la derecha, parecía que no podía convocar ya más animadversión después de que se le acusara de ser el inductor de cualquier trifulca de garito after en la que se viera involucrado algunos de quienes le señalaban a él como enemigo supremo de sí mismos. Retirar a una persona su potestad para elegir enemigos es ya una limitación tremenda de derechos, pero que se le considere responsable intelectual de cualquier desgracia particular es tan grotesco que, por ese camino, terminará siendo culpable de la primera caída en bici del futuro hijo de Soraya Sáenz de Santamaría.

Que un canal de TDT recaude fondos por petición directa no deja de ser una anomalía del sistema. Los canales, concesiones de las autoridades políticas, tienen infinitas formas de recaudación. Publicidad, patrocinios, mensajes de móvil tendrían que evitar que se llegara a competir contra las mesas petitorias de la Cruz Roja o la batida de huchas del Domund. Gonzo, quizá el más incisivo de los reporteros de calle de La Sexta, al promover la campaña Save the Fachas, sacaba los colores a una iniciativa que usurpa el lugar de víctima a tantos y tantos trabajadores y empresas que hoy lo están pasando de verdad muy mal.

Pero el más reseñable acierto de El intermedio ha sido dar una vuelta de tuerca a la encuesta a pie de calle, a estas alturas ya carbonizada, sobreutilizada y convertida en recurso facilón para todas las cadenas. Su idea de que una reportera captara gente por la calle y les rogara cambiar de opinión sobre cualquier asunto, del hip-hop a la protesta de las plazas españolas, ha resultado toda una enseñanza sobre el funcionamiento de las personas ante las cámaras. Ridiculizarse a sí misma y sus convenciones es una obligación permanente de la televisión. Mostrar que blanco o negro a veces solo depende del micrófono que se ponga delante provoca sombro y diversión en un ejercicio clarificador.

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