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Columna
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Obediencia

David Trueba

En las últimas ocasiones en que asuntos televisivos han rozado instancias judiciales se ha producido una coincidencia curiosa, digna de comentario. Primero fue Ana Rosa Quintana, que para eludir cualquier responsabilidad de presión o manipulación en la entrevista de una colaboradora con la mujer del presunto asesino de la niña Mari Luz donde esta culpaba a su marido, declaró ante la juez que en su programa se limitaba a cumplir un guión.

Pese a que cualquiera tiene derecho a elegir la estrategia de defensa que mejor le convenga, fue un jarro de agua fría para todos los que piensan que Ana Rosa es la presencia más importante e influyente que hay en la televisión de España. No solo dicta una vertiente moral, estética y formal desde su programa, sino que además es cara y nombre de una revista de quiosco, privilegio al alcance de muy pocos comunicadores a semejanza del reinado de Oprah Winfrey en Estados Unidos.

Ahora el antiguo portavoz del Gobierno de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, ha sostenido en sede judicial que sus declaraciones en las tertulias en las que participa responden a la exigencia de las cadenas para que los invitados sean contundentes y fieros. Los espectadores comprenden así que los intensos contertulios son en realidad gráciles delfines que saltan a la mano del entrenador para recibir la sardina tras cada puntual intervención. No deben pues sufrir los espectadores más crédulos, todo es una coreografía sin contenido real al servicio de un espectáculo vacío y cínico.

Puede que la obediencia debida de Rodríguez llegara aún más lejos. Al fin y al cabo, cuando llamó nazi al doctor Luis Montes, respondía como un soldado fiel a la consigna de la presidencia de la Comunidad de Madrid. Desde allí, se trataba de liquidar en cacería mediática lo que no se podía perpetrar con acusaciones falsas ni montajes ultracatólicos.

El daño, o al menos es lo que se quiere alegar en el juicio, es únicamente un efecto colateral del verbo que agita las tertulias en los medios. Los leones son obedientes al domador, rugen por bien del circo. Se necesita la solemnidad de un proceso judicial para decir en voz alta que en la tele nada es como parece, todo es obediencia debida a un ente superior.

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